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martes, 23 de julio de 2019

FACETAS DE MÉXICO


Por: Pascacio Taboada Cortina
LA AUTOSUFICIENCIA ALIMENTARIA, UNA UTOPÍA QUE NO VA EN UN MUNDO GLOBALIZADO
‣Faltan estrategias y proyectos para el desarrollo de la agricultura de temporal y de riego
‣Urgen estudios para incorporar nuevas tierras al cultivo de riego y temporal
‣Apremia rehabilitar presas y sistemas de riego que eviten desperdicios de agua
En repetidas ocasiones el Presidente Andrés Manuel López Obrador ha señalado que, entre los objetivos que pretende su gobierno, está el de alcanzar la autosuficiencia alimentaria. El actual Secretario de Agricultura y Desarrollo Rural, Víctor Villalobos, aceptó el reto y le respondió “va”. Este propósito es totalmente loable, pero imposible de realizar.
Sin embargo, la sola frase de ‘autosuficiencia alimentaria’ causa múltiples interpretaciones, sobre todo en tiempos caracterizados por una globalización que implica relaciones comerciales intensas de los pueblos de todos los países. En los tiempos actuales, proponer la autosuficiencia nacional puede significar una utopía. No se trata de “enchílame esta gorda”.
(Hay que señalar, valga decir entre paréntesis, que el doctor Villalobos se ha desempeñado gran parte de su vida profesional como agrónomo y científico, hurgando en los laboratorios de varios países e instituciones, en busca de cómo combatir plagas y enfermedades de las plantas, por la vía de la manipulación de genes; es un convencido de los organismos genéticamente modificados y de cómo lograr aumentos notables en productividad).
Aunque sea aventurado afirmarlo, ningún país en el mundo puede ufanarse de ser autosuficiente en alimentos. Todos necesitan importar determinados productos que son de las preferencias de un núcleo o de gran parte de su población. Estados Unidos es un ejemplo. Es un país rico, pero no es autosuficiente. Tiene que comprar gran cantidad de frutas tropicales, café, azúcar, hortalizas, legumbres, algodón, cacao, vinos ligeros y fuertes, en fin.
México, como país, empezó a ser deficitario en alimentos desde la década de 1970 (hace casi 50 años). Por una parte, debido al aumento demográfico. En ese tiempo la población mexicana rondaba los 60 millones de habitantes, y el país tenía capacidad para generar excedentes de granos que se exportaban. En nuestros días andamos en alrededor de 120 millones de personas, de las cuales la mitad enfrentan problemas de pobreza y, más grave aún, 25 millones de connacionales padecen desnutrición por la pobreza extrema.
Y por otra parte, la alimentación de los mexicanos se ha modificado con el paso de los años. Ahora se consumen más alimentos derivados de la actividad ganadera en sus diferentes especies. Hace 30 años, por dar una referencia, parte de la dieta alimenticia per cápita consistía en el consumo de un huevo diario y un cuarto de leche, adicionado con otros alimentos, como frijoles, pan y tortillas. En la actualidad se consumen en promedio dos huevos diarios y medio litro de leche, para un promedio de consumo de este último alimento, de 140 litros al año por persona.
Así, para aumentar la producción de alimentos pecuarios, como carne de res, de cerdo y pollo, así como de huevo y leche, nuestro país se ha visto en la necesidad de importar crecientes cantidades de granos, oleaginosas y otros cereales, en un volumen que representa el 40 por ciento de los alimentos que demanda la población mexicana.
Si el Presidente de México y el Secretario de Agricultura hablan y coinciden en lograr la autosuficiencia alimentaria, tendrían que pensar también en la planeación y ejecución de proyectos específicos en infraestructura de grandes dimensiones para alcanzar esa aspiración. Pero tendrían que hacerlo ya; no dejar que pase un día para trabajar en esa ruta.
La estrategia para ese efecto, “tendría que ser trabajo intenso, trabajo y más trabajo”. Así lo afirmaba un profesor rural que llegó a ser uno de los mejores Secretarios de Agricultura que ha tenido México.
Por lo pronto, se requiere diseñar un modelo de desarrollo basado en la ciencia y la tecnología; en el aprovechamiento racional de los recursos naturales agua y suelos; en una organización cabal de los productores; tomar en cuenta climas, microclimas, tamaño parcelario y determinación de cultivos por vocación de la tierra y aptitud de los productores.
El aumento de la productividad es muy importante. Si en México (no considerando al estado de Sinaloa) sabemos que solamente se obtienen 2.5 toneladas de maíz por hectárea en promedio, tenemos que hacer el esfuerzo de llegar a un rendimiento de 10 toneladas por hectárea. Las razones de esos bajos rendimientos, están en el nulo uso de semillas mejoradas, ya no digamos certificadas, que son distintas a los organismos genéticamente modificados; en la disposición de agua como lo requieren los cultivos; uso adecuado de fertilizantes, y combate y control de plagas y enfermedades.
Sobre el caso particular de Sinaloa donde se cultiva maíz, se obtienen cosechas anuales por más de 6 millones de toneladas y es el primer productor del grano a nivel nacional. En solamente 20 años, esa entidad se convirtió en el primer estado productor del grano. El secreto está, por una parte, en que cuenta con una superficie con sistemas de riego cercana al millón de hectáreas; en menos de 400 mil, obtienen cosechas por más de 6 millones de toneladas, con rendimientos entre 10 y 12 toneladas por hectárea. Este es un buen ejemplo de cómo levantar los índices de productividad, como condición para obtener un ingreso satisfactorio.
En la actualidad en México se cultivan 21 millones de hectáreas en dos ciclos: primavera-verano y otoño-invierno, de las cuales 6.1 millones de hectáreas cuentan con riego agrícola. Estas cifras, vistas con simpleza, nos indican que, definitivamente, México no es un país agrícola.
En términos gruesos, se cuenta con casi 200 millones de hectáreas, lo cual nos muestra que, solamente el 10 por ciento del territorio nacional, es cultivable. El resto, alrededor de 80 millones se destinan a la ganadería extensiva, en particular la especie bovina; aproximadamente 50 millones de hectáreas tienen la vocación forestal; son bosques de coníferas, selvas tropicales, chaparrales, manglares. El resto son desiertos, barrancas y montañas, caminos, carreteras, vías férreas y, por supuesto, espacios para ciudades grandes, medianas y pequeñas, y más de 150 mil núcleos de población.
En este inventario de recursos naturales, los proyectos que consideramos deberían estar en estudio y preparación, se refieren a la incorporación de nuevas tierras al cultivo de temporal y de riego; en la preparación de proyectos para el aprovechamiento de los escurrimientos que, muchos de ellos, desembocan todavía en el mar sin ninguna utilidad. Habrá que pensar, también, en el aprovechamiento de agua de lluvia con fines de potabilidad y de pequeñas explotaciones familiares para el cultivo de hortalizas y flores, así como para la cría de aves de corral.
En cuanto a las zonas de riego, hay que considerar que, hipotéticamente, el país cuenta con 6.1 millones de hectáreas, que están bajo la responsabilidad de la Comisión Nacional del Agua, aunque hay que advertir que fueron concesionadas, junto con toda una infraestructura, a los usuarios del servicio de riego.
Ellos y las autoridades señaladas, han dejado que casi la totalidad de las presas de almacenamiento, se encuentren azolvadas por falta de mantenimiento. Se han encontrado hasta coches allí abandonados y no se diga miles de toneladas de basura y desechos que arrastran los ríos y arroyos, sobre todo en temporadas de lluvias.
Consideramos que, para prometer un esquema de autosuficiencia alimentaria, los proponentes tienen que reflexionar, primero, en lo que aquí se afirma, que no es desconocido para autoridades y usuarios del riego, antes de soltar palabras y más palabras que, más que una aspiración firme y sólida, constituye una verdadera utopía y una promesa que no vemos cuál es la cabeza y cuáles los pies.
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Pascacio Taboada Cortina.
Cel: 55 16 49 23 34

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