ARTISTA. Fue fotoperiodista
durante 14 años; su archivo
abarca tres campos: fotos
periodísticas, de pesca y de
familia. (Foto:
CRISTOPHER
ROGEL / EL UNIVERSAL)
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∙ Para celebrar sus 80 años, Rodrigo Moya prepara
dos exposiciones y el lanzamiento de un nuevo libro
Alida Piñón | El Universal
CUERNAVACA,
Mor. Martes 26 de agosto de 2014.- Rodrigo Moya es de esos
fotoperiodistas que se extinguieron cuando aparecieron las cámaras digitales y
la fotografía dejó de ser un oficio marginal, para convertirse en una profesión
de moda. De aquellos que teorizaban y reflexionaban sobre su quehacer en las
cantinas, que seguían las marchas por motivos profesionales pero sobre todo por
empatías ideológicas, que retrataba a los movimientos y a la gente que les
importaba, lo mismo unos campesinos en pie de lucha que a los obreros hundidos
en la miseria.
Su
cámara dejó registro de un México que, dice con pesar, aún existe pero ya a
casi nadie le importa: “Si un fotógrafo fuera ahora a hacer un reportaje sobre
los pobres de la sierra de Morelos, que viven en condiciones miserables, ¿quién
lo publicaría? Nadie”.
La
tragedia humana, los movimientos sociales, la protesta juvenil, las guerras,
todo aquello que lo motivó a tomar su cámara Leitz 1957 –que conserva “como si
fuera una escultura”- es parte de una realidad que permanece. “Incluso es peor
que hace 50 años”, pero los fotógrafos, ahora, carecen de la pasión que
hermanaba al gremio y a la generación a la que perteneció.
Moya,
el que se llevará a la tumba la verdadera historia detrás de aquella imagen de
Gabriel García Márquez con el ojo morado que le pintó Mario Vargas Llosa, el
autor de una de las imágenes míticas del Che, el que retrató a la ciudad y a
sus habitantes, celebra 80 años de vida sin arrepentimientos, sin
nostalgias por lo que fue y vivió, y con el asombro de un niño que ve las
nuevas tecnologías con temor y sorpresa.
“Jamás
verán una foto mía digital, lo mío era la plata gelatina, el cuarto oscuro, los
negativos”, dice durante un encuentro con reporteros.
“Los
jóvenes fotógrafos son ahora gente acomodada que toma cursos de fotografía, que
exponen a su costo, viajan, hablan otro idioma, son cosmopolitas, en general
son más cultos que mi generación; nosotros éramos una bola de barbajanes. Había
un grupo de fotógrafos como Nacho López, Hugo Menéndez, con los que sí hablaba
de foto y nos íbamos a lugares especiales a los que llamábamos túnel del tiempo
porque no sabíamos a qué hora íbamos a salir. Todos los fotógrafos, habíamos
surgido de la clase proletaria, con muy poco interés en la fotografía, es decir
que sólo dábamos flachazo y ya, y sin embargo había gente notable”, cuenta.
“FUI
UN BUEN FOTÓGRAFO”
Moya
se inició en el periodismo en 1955 en el semanario Impacto, y en
1964 cerró su ciclo como reportero gráfico en Sucesos. Atestiguó
las invasiones de Estados Unidos a Santo Domingo y Panamá, y realizó en la
Sierra Falcón la serie Guerrilleros en la niebla, que publicó The
Guardian, y donde retrató a la insurgencia venezolana bajo el supuesto de
que el Che Guevara, ya desaparecido, estaba entre sus filas.
En la
década de los 50 conoció a García Márquez; en 1967, el retrato que le hizo a él
apareció en la primera edición en inglés de Cien años de soledad.
De 1968 a 1990 dirigió la revista mensual Técnica pesquera.
En
2002 presentó en Xalapa Fuera de Moda, su primera exposición
individual, a la que habría de sumarse Cuba Mía, que viajó a
Milán, Argel, Dublín, Nueva Delhi, Viena y la Habana. El libro Foto
Insurrecta fue resultado de una investigación sobre su trabajo a cargo
de Alfonso Morales y Juan Manuel Arreocochea. Luego hubo otros libros.
Fue su
primera exposición la que provocó un redescubrimiento del Moya fotoperiodista,
que había estado enterrado por más de 30 años. “Hasta que llegué a Cuernavaca
hace 16 años empezamos a revisar ese archivo y es hasta ahora que me ven como
fotógrafo”, cuenta.
Moya
sólo fue fotoperiodista 14 años porque era un oficio que no le proveía los
recursos para mantener una familia, entonces se enroló en la foto pesquera. Al
cabo de un tiempo dejó la ciudad de México para vivir en Cuernavaca, al lado de
su esposa Susan Flaherty. “Quemamos las naves y nos fuimos, la ciudad era ya
muy imposible”, dice.
La
edad, dice, lo ha hecho tener otra perspectiva del fotógrafo que fue y de lo
que significa llevar al hombro una cámara. “Un fotógrafo es un medio para
transmitir al otro lo que en la imagen está, lo que somos, nuestra educación,
nuestros intereses; somos la razón de por qué se tomó una cosa y no la otra.
Una buena foto es la que transmite una emoción. Fui un buen fotógrafo porque
tenía una gran pasión. Lo dejé porque no tenía tiempo para seguir en ello”,
cuenta.
El
archivo de su trabajo fotográfico está divido en tres: fotoperiodismo, pesca y
familia. “Noventa por ciento de lo que yo hacía no tenía destino, no lo hice
para que apareciera en algún lugar, sino porque eran mis emociones: una
esquina, un rostro, algo que me gustaba y lo capturaba. No me arrepiento de
haber dejado todo eso, pero sí de no haber hecho algunas cosas por temor a
parecerme a Manuel Álvarez Bravo. Por ejemplo no fotografié a las clases
medias, mi archivo está circunscrito a las clases bajas”.
Moya,
nacido en Colombia el 10 de abril, tiene un andar lento, pero un ánimo juvenil.
Le emociona discutir con los reporteros sobre un tiempo que, asegura, no
comprende, pero le intriga, el tiempo de una sociedad atada al consumismo y a
la comunicación global en la que se diluye cualquier movimiento social.
“Pensemos
en la Primavera Árabe, en el movimiento Yosoy132, se acabaron. Me gusta hablar
sobre la gran estafa de las tecnologías, lo dije desde que aparecieron las
cámaras digitales: que se acabaría el fotógrafo artesano, que seríamos presa de
los grandes laboratorios. Además, tenemos que estar al día, acabamos comprando
los experimentos de las empresas cada vez que cambiamos de modelo de teléfono,
por ejemplo. Yo por eso seguiré siendo opositor al paradigma del mundo actual
que es joder al prójimo a como dé lugar”.
Moya
exhibirá Tiempos tangibles, compuesta por 110 imágenes, en el Museo
Regional de la Alhóndiga de Granaditas de Guanajuato, del 8 al 26 de octubre;
en las vallas del Foro de la Alhóndiga expondrá, Célebres y anónimos,
con 26 retratos de personalidades como Ernesto Guevara, María Félix, Celia
Cruz, Carlos Fuentes, junto a estudiantes, campesinos, maestros, pescadores.
Las muestras estarán durante el Festival Internacional Cervantino.
Al
homenaje por sus 80 años se suma el Centro de la Imagen con la publicación del
libro Rodrigo Moya. El telescopio interior, con crónicas y memorias
en torno a la fotografía escritos por él, y reflexiones de otros autores.