Un buen hombre, disgustado con su esposa porque al
llegar a casa esa tarde no encontró la cena hecha, decidió irse a beber a las
Morenitas, luego de haberle reclamado con enojo a su mujer. Por el camino se le
apareció la muerte.
Asustado le preguntó qué quería. Ella le respondió
que lo visitaría a la medianoche y desapareció.
El hombre calculó que le quedaban menos de cinco
horas de vida.
Regresó de inmediato a su casa, disculpándose con su
mujer la besó diciéndole cuánto la amaba y admiraba su lealtad. Después llamó a
sus hijos y abrazándolos les manifestó todo el cariño que sentía por ellos… Esa
noche cenaron todos en paz. Aunque el hombre no contó de la visita que recibiría
a medianoche, puso en orden todos sus asuntos y dio instrucciones al respecto a
su esposa. Esa noche los dos se amaron como cuando eran novios.
Faltando diez minutos para las doce el hombre se
levantó de la cama tratando de no despertar a su esposa. Decidió esperar a la
Parca en el jardín de su casa.
La noche era hermosa, estrellada. Respiró profundo y
se acostó sobre la grama para mirar por última vez las estrellas. Escuchó el
croar de las ranas y de los grillos, cerró sus párpados y sintió la caricia del
viento en su cara. Reflexionó sobre lo bello que era el mundo. Agradeció a Dios
por el tiempo que le permitió vivir, por la salud, por la libertad, por el
amor, por el trabajo, por su prosperidad y por la familia que le concedió.
Mientras acariciaba a su fiel perro, la Muerte se le
apareció.
Miró su reloj, eran las doce en punto. Bueno ya
puedes llevarme, le dijo el hombre.
Ella, después de un prolongado silencio, le susurró
con tenebrosa voz: ¿Quién dijo que venía por ti? Todavía no ha llegado tu hora.
Nada más quería visitarte para que me conocieras y tomaras conciencia de mi
existencia. Pues nunca sabrás cuándo te daré mi abrazo fatal, porque a ningún
ser vivo se lo advierto. Tómalo como mi regalo, porque has sido bueno, justo y
generoso, para que así aprecies más tu vida, tu tiempo y vivas mejor.
Casi todos los hombres se creen inmortales, continuó
diciendo la Muerte, hasta que me conocen, cuando ya es demasiado tarde. Si sólo
recordaran que siempre estoy a sus espaldas, a un brazo de distancia y que en
cualquier momento los puedo tocar, vivirían cada instante de sus vidas como si
fuese el último.
Al terminar de decir esto la Muerte se hizo
invisible, pero él sentía que seguía a su lado.
Nunca sabremos cuándo viviremos el último minuto,
entonces, si cada minuto puede ser el último, ¿por qué gastarlo en discusiones
poco
importantes a fin de cuentas o preocupaciones,
conflictos, celos, iras, envidias, quejas y reclamos? Mejor vivir ese instante
amando, en armonía, sintiendo, serenos, disfrutando de las pequeñas y grandes
cosas que nos brinda la vida, en paz con uno mismo y con los demás, viviendo
cada minuto como si fuera el último, con excelencia.
La muerte es nuestra compañera inseparable, tenla
siempre presente”.
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