SIN
SEMILLAS CERTIFICADAS, FERTILIZANTES, SANIDAD, TECNOLOGÍAS, CRÉDITOS Y SEGUROS,
IMPOSIBLE AUTOSUFICIENCIA ALIMENTARIA
‣Hace falta planeación agrícola, ganadera,
forestal y pesquera
‣Riesgoso que la confianza se deposite en
productores agrícolas extranjeros
La frecuencia de las conferencias
matutinas que acostumbra el Presidente Andrés Manuel López Obrador, crea
nerviosismo e imprecisiones entre funcionarios de su gabinete. Los periodistas
que cubren esas sesiones, siempre se ven presionados por el tiempo reducido y
por la calidad de las respuestas.
En virtud de que la prioridad de las
preguntas está centrada en los programas sociales, políticos, financieros y de
seguridad, temas específicos, como podría ser el desarrollo agropecuario,
forestal y pesquero, en un país como México que es deficitario en más del 40
por ciento de la demanda nacional de alimentos, es imposible plantear la
autosuficiencia alimentaria como una meta alcanzable en esta administración.
Los insumos que requieren los
productores del campo para aumentar producción, productividad, calidad y
sanidad, son muy concretos: semillas certificadas o por lo menos mejoradas,
fertilizantes que no sean solamente químicos (por los riesgos de degradación de
suelos) sino orgánicos; campañas sanitarias para todos los granos básicos,
tecnologías de fácil aplicación, créditos con tasas preferentes, seguro
agropecuario y, a la hora de la cosecha, bodegas de uso temporal en tanto se
comercializan sus cosechas. Estos insumos los requiere, con urgencia, el campo
mexicano para alcanzar autosuficiencia.
El mismo Presidente López Obrador,
secundado por su secretario de Agricultura, Víctor Villalobos, se refiere a la
autosuficiencia alimentaria como una frase que da categoría a los temas que
tratan en esas sesiones, pero no explican puntualmente sobre acciones
encaminadas para alcanzar ese propósito.
Volver a la implantación de los precios
de garantía con el mismo funcionario que fue director de la desaparecida
Conasupo y que ahora se denomina Segalmex (Seguridad Alimentaria Mexicana)
Ignacio Ovalle Fernández, es considerado un retroceso, por el riesgo de caer en
los mismos errores del pasado, cuando se establecía un precio determinado,
primero, que protegía más la economía de los consumidores, y segundo, que en
nada beneficiaba al pequeño productor de maíz o frijol, porque no participaba
en los procesos de comercialización.
Es de afirmar que, si se sabe que el 65
o 70 por ciento de los productores nacionales de maíz, tienen el propósito del
autoconsumo, que se olvide Segalmex de que captará hasta 20 toneladas por cada
productor que cultiva 5 hectáreas. Necesitaría levantar una cosecha de 4
toneladas por hectárea. Esto, en condiciones de temporal, es excepcional.
Jalisco sería un ejemplo.
En cuanto al cultivo de frijol, las
condiciones “de intercambio comercial”, son peores que en el maíz, por virtud
de que los índices de productividad en esta leguminosa son menores que en maíz.
En zonas de temporal, como son los casos de ambos granos, en frijol los
rendimientos van de una tonelada por hectárea, a 200 y 350 kilogramos por
hectárea. Quien dude, que se lo pregunte a los productores de Zacatecas, que es
el principal estado productor nacional de frijol.
Para colmo, este 2019, se caracterizó
por la irregularidad de las lluvias. Hay zonas de los estados de Oaxaca,
Guerrero, Puebla, Veracruz, Hidalgo, México, Zacatecas, Durango y Chiapas,
donde bajó notablemente la productividad en maíz y frijol. Esta evaluación,
aunque fuera preliminar, no la ha hecho la SADER.
Es preocupante que el presupuesto para
impulso del sector agropecuario, forestal y pesquero, haya quedado en un nivel
de 47 mil millones de pesos para el año de 2020. Es insuficiente para hacer
frente a las necesidades de inversión tanto de productores del campo, como del
propio gobierno, sobre todo que la recomendación de la FAO indica que, cuando
un país rebasa el nivel del 25 por ciento de dependencia alimentaria, debe
buscar alternativas para recuperar sus niveles de soberanía y autosuficiencia
alimentaria. Si lo deja crecer, podría presentar una problemática social y
económica de dimensiones impredecibles.
Sin tener que meditarlo, cuando un país
se convierte en dependiente de las importaciones de granos alimenticios, a quienes
proporciona trabajo e impulso a la productividad agropecuaria, es a los
productores de los países vendedores de esos alimentos.
Tal parece que México necesitaría
invocar a sus grandes investigadores agrícolas de los tiempos de 1950, 1960 y
1970. Hombres y mujeres de México trabajaron intensamente para lograr semillas
de trigo que dieron vida a lo que fue la “Revolución Verde”, y que llevaron a
un mexicano por naturalización y norteamericano por nacimiento, el Dr. Norman
Borlaug, a ser acreedor del Premio Nobel de la Paz, en 1970.
Pero detrás del Dr. Borlaug, estuvieron
los doctores Ignacio Narváez y Lorenzo Martínez Medina, de la Universidad
Antonio Narro, y de Chapingo Evangelina Villegas, José Guevara Calderón, José
Rodríguez Vallejo, Gabriel Baldovinos, Efraín Hernández X., Federico Castilla
Chacón, Eduardo Álvarez Luna y otros muchos que sería interminable mencionar en
este espacio. Todos ellos participaron en ese proyecto que permitió desaparecer
el espectro del hambre en países de Asia y Europa y, posteriormente, en África.
En tiempos actuales la
investigación agrícola, que tanto prestigio dio en el pasado a México, como
origen de cientos de variedades de plantas agrícolas, industriales y
medicinales, por primera vez en muchos años, no podrá avanzar en programas de
mejoramiento genético de granos básicos, oleaginosas, frutales y productos
industriales, como el café y cacao, por no asignar recursos federales al
INIFAP.
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