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miércoles, 11 de diciembre de 2019

FACETAS DE MÉXICO


Pascacio Taboada Cortina
SIN SEMILLAS CERTIFICADAS, FERTILIZANTES, SANIDAD, TECNOLOGÍAS, CRÉDITOS Y SEGUROS, IMPOSIBLE AUTOSUFICIENCIA ALIMENTARIA
‣Hace falta planeación agrícola, ganadera, forestal y pesquera
‣Riesgoso que la confianza se deposite en productores agrícolas extranjeros
La frecuencia de las conferencias matutinas que acostumbra el Presidente Andrés Manuel López Obrador, crea nerviosismo e imprecisiones entre funcionarios de su gabinete. Los periodistas que cubren esas sesiones, siempre se ven presionados por el tiempo reducido y por la calidad de las respuestas.
En virtud de que la prioridad de las preguntas está centrada en los programas sociales, políticos, financieros y de seguridad, temas específicos, como podría ser el desarrollo agropecuario, forestal y pesquero, en un país como México que es deficitario en más del 40 por ciento de la demanda nacional de alimentos, es imposible plantear la autosuficiencia alimentaria como una meta alcanzable en esta administración.
Los insumos que requieren los productores del campo para aumentar producción, productividad, calidad y sanidad, son muy concretos: semillas certificadas o por lo menos mejoradas, fertilizantes que no sean solamente químicos (por los riesgos de degradación de suelos) sino orgánicos; campañas sanitarias para todos los granos básicos, tecnologías de fácil aplicación, créditos con tasas preferentes, seguro agropecuario y, a la hora de la cosecha, bodegas de uso temporal en tanto se comercializan sus cosechas. Estos insumos los requiere, con urgencia, el campo mexicano para alcanzar autosuficiencia.
El mismo Presidente López Obrador, secundado por su secretario de Agricultura, Víctor Villalobos, se refiere a la autosuficiencia alimentaria como una frase que da categoría a los temas que tratan en esas sesiones, pero no explican puntualmente sobre acciones encaminadas para alcanzar ese propósito.
Volver a la implantación de los precios de garantía con el mismo funcionario que fue director de la desaparecida Conasupo y que ahora se denomina Segalmex (Seguridad Alimentaria Mexicana) Ignacio Ovalle Fernández, es considerado un retroceso, por el riesgo de caer en los mismos errores del pasado, cuando se establecía un precio determinado, primero, que protegía más la economía de los consumidores, y segundo, que en nada beneficiaba al pequeño productor de maíz o frijol, porque no participaba en los procesos de comercialización.
Es de afirmar que, si se sabe que el 65 o 70 por ciento de los productores nacionales de maíz, tienen el propósito del autoconsumo, que se olvide Segalmex de que captará hasta 20 toneladas por cada productor que cultiva 5 hectáreas. Necesitaría levantar una cosecha de 4 toneladas por hectárea. Esto, en condiciones de temporal, es excepcional. Jalisco sería un ejemplo.
En cuanto al cultivo de frijol, las condiciones “de intercambio comercial”, son peores que en el maíz, por virtud de que los índices de productividad en esta leguminosa son menores que en maíz. En zonas de temporal, como son los casos de ambos granos, en frijol los rendimientos van de una tonelada por hectárea, a 200 y 350 kilogramos por hectárea. Quien dude, que se lo pregunte a los productores de Zacatecas, que es el principal estado productor nacional de frijol.
Para colmo, este 2019, se caracterizó por la irregularidad de las lluvias. Hay zonas de los estados de Oaxaca, Guerrero, Puebla, Veracruz, Hidalgo, México, Zacatecas, Durango y Chiapas, donde bajó notablemente la productividad en maíz y frijol. Esta evaluación, aunque fuera preliminar, no la ha hecho la SADER.
Es preocupante que el presupuesto para impulso del sector agropecuario, forestal y pesquero, haya quedado en un nivel de 47 mil millones de pesos para el año de 2020. Es insuficiente para hacer frente a las necesidades de inversión tanto de productores del campo, como del propio gobierno, sobre todo que la recomendación de la FAO indica que, cuando un país rebasa el nivel del 25 por ciento de dependencia alimentaria, debe buscar alternativas para recuperar sus niveles de soberanía y autosuficiencia alimentaria. Si lo deja crecer, podría presentar una problemática social y económica de dimensiones impredecibles.
Sin tener que meditarlo, cuando un país se convierte en dependiente de las importaciones de granos alimenticios, a quienes proporciona trabajo e impulso a la productividad agropecuaria, es a los productores de los países vendedores de esos alimentos.
Tal parece que México necesitaría invocar a sus grandes investigadores agrícolas de los tiempos de 1950, 1960 y 1970. Hombres y mujeres de México trabajaron intensamente para lograr semillas de trigo que dieron vida a lo que fue la “Revolución Verde”, y que llevaron a un mexicano por naturalización y norteamericano por nacimiento, el Dr. Norman Borlaug, a ser acreedor del Premio Nobel de la Paz, en 1970.
Pero detrás del Dr. Borlaug, estuvieron los doctores Ignacio Narváez y Lorenzo Martínez Medina, de la Universidad Antonio Narro, y de Chapingo Evangelina Villegas, José Guevara Calderón, José Rodríguez Vallejo, Gabriel Baldovinos, Efraín Hernández X., Federico Castilla Chacón, Eduardo Álvarez Luna y otros muchos que sería interminable mencionar en este espacio. Todos ellos participaron en ese proyecto que permitió desaparecer el espectro del hambre en países de Asia y Europa y, posteriormente, en África.
En tiempos actuales la investigación agrícola, que tanto prestigio dio en el pasado a México, como origen de cientos de variedades de plantas agrícolas, industriales y medicinales, por primera vez en muchos años, no podrá avanzar en programas de mejoramiento genético de granos básicos, oleaginosas, frutales y productos industriales, como el café y cacao, por no asignar recursos federales al INIFAP.

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