David Aponte| El Universal
Jueves 02 de enero
de 2014
► Veinte años
después del levantamiento del EZLN, el ahora senador del PRD cuenta que el 10
de enero de 1994 tuvo una conversación "muy a fondo" con el entonces
presidente Carlos Salinas de Gortari, a quien convenció de evitar una acción
militar a gran escala
Su cabello es
blanco y su rostro ajado. Han pasado dos décadas desde aquella noticia que
sacudió al régimen de Carlos Salinas de Gortari y que puso los ojos de la
comunidad internacional en un puñado de indígenas que desafiaron al Ejército
mexicano. Manuel Camacho hace un ejercicio de memoria, pero aprovecha para
restregarle al gobierno federal que nunca quiso reconocer el problema que vivía
Chiapas. Pero, quizá lo más grave, un jefe del Ejecutivo con un gabinete “duro”
que buscaba una salida militar.
Camacho vivía una
situación particular: no fue ungido como candidato del PRI a la Presidencia y
había aceptado la cartera de canciller. Desde ese puesto, se colocó como
mediador entre el gobierno salinista y el EZLN. Acaparó la atención de los
medios y los recelos. A 20 años, dice ser un sobreviviente de la política.
Pero, ¿cómo se enteró del levantamiento armado en cuatro municipios chiapanecos
la madrugada del 1 de enero de 1994?
“Mi suegro, el
doctor Manuel Velasco Suárez, era chiapaneco y estaba en su casa en San
Cristóbal. Entonces me llamó muy preocupado, diciendo estoy aquí con mis
nietos, acaban de tomar la ciudad… unos cuantos minutos después me llamó el
Presidente para informarme de lo mismo. Entonces ahí empezó mi involucramiento
con el tema”, responde en entrevista con EL UNIVERSAL.
Han pasado 20 años.
Ahora es senador por el PRD y usa corbatas amarillas. Camacho Solís deja clara
su ruptura con Salinas de Gortari, quien estaba dispuesto a someter a los
zapatistas.
—¿Qué le dijo a
su suegro?
—No, pues le dije
estese ahí, no se mueva, vamos a ver de qué se trata. Me habló el Presidente y le
propuse que fuera muy cuidadoso con el uso de la fuerza porque había turistas
en San Cristóbal; se podía armar un escándalo internacional y le sugerí que
estableciéramos contacto con el obispo Samuel Ruiz. Le ofrecí que yo iría
directamente, volaría de Cancún, en donde estaba, al estado de Chiapas para
tener una versión directa de los hechos. El Presidente me dijo que no lo
hiciera que porque la situación era muy peligrosa y me citó para una reunión
del Consejo de Seguridad, Gabinete de Seguridad Nacional, por la tarde, reunión
a la que asistí el mismo día, uno de enero.
El escenario,
prosigue, era el de entrar a una guerra civil. Su instinto político le decía
que una salida represiva era muy peligrosa, “porque el tema no eran las armas,
el tema era todo lo que había detrás”.
—¿El Presidente
qué le dice, siente alguna receptividad de él?
—No, el Presidente
estaba muy preocupado. Realmente era un asunto gravísimo. La primera apuesta
del gobierno fue a que podían someter a la guerrilla en unos cuantos días, nada
más que para eso había que escalar el uso de la fuerza y eso estaba provocando
reacciones internacionales, porque esto no estaba ocurriendo en un ambiente
aislado, sino en un mundo globalizado. Lo que se hacía en Chiapas se transmitía
de inmediato al resto del mundo. Entonces cuando los zapatistas tratan de tomar
el cuartel de Rancho Nuevo, están a punto de tomarlo, se tiene que escalar el
uso de la fuerza, entra la Fuerza Aérea y ahí empiezan las críticas de las
organizaciones de derechos humanos, diciendo que están matando a los indígenas.
“Entonces era un
asunto que no se podía resolver con los viejos patrones de conducta del Estado
mexicano, como habían resuelto los problemas de otras guerrillas en el pasado.
Entonces, bueno, lo primero es que traté de comprender por qué, quiénes, qué
era lo que explicaba esto y a partir de ello pues ver cuál pudiera ser una
fórmula de solución que no fuera nada más policiaca o militar”, recuerda.
—Usted tenía muy
pocos días al frente de la cancillería, ¿cómo le plantea al presidente Salinas
su incorporación como mediador?
—Los primeros días
el gobierno del Presidente no tenía interés en oír ninguna otra opinión. Estaba
en una crisis, estaban atacando al Ejército, tenía la obligación como jefe de
Estado de defender a la institución, de tratar de reestablecer el orden y
entonces estaba cerrado a cualquier tipo de reflexión. Estaba en la urgencia de
contener la bronca. Entonces, para el día 10 que hablo con él ya muy a fondo,
pues le planteo los dilemas éticos, los dilemas de estrategia política que
había en el tema de Chiapas y se da cuenta de que yo tenía razón, que el asunto
ya había escalado a niveles mucho más graves y que no se iba a resolver nada
más con una acción militar. Lo convenzo y es a partir de ahí que se dan cambios
en el gabinete; cambia el secretario de Gobernación, al Procurador y se
consolida la posición de Jefe del Departamento del Distrito Federal, a las tres
posiciones entran personas con las que yo tenía una relación cercana, el doctor
(Jorge) Carpizo, el doctor Diego Valadés, y Manuel Aguilera. Entonces sí había
por parte del Presidente una reacción de ver esto como tema del Estado y no
nada más de ver cómo ganaba una batalla militar. Y creo que eso es lo que abrió
el espacio para poder frenar la guerra.
“A los dos días me
fui a Chiapas con un mensaje de paz, pero no un rollo de paz, sino con la
decisión del gobierno mexicano de cesar toda iniciativa de fuego: se decreta en
la mañana el alto del fuego y así me voy yo a San Cristóbal de las Casas con el
doctor González Casanova, con Pablo y con el obispo Samuel Ruiz, entonces ya
era otro ambiente. Tuvimos que invertir rápidamente el estado de opinión que
estaba siendo cada día más desfavorable al gobierno mexicano y generar una
opción distinta”.
—¿Había dentro
del gabinete alguna posición dura?
—Todas, todas, el
gabinete estaba con una línea dura, yo era la voz que estaba en una posición
distinta y pues una voz aislada, ¿no?
—¿Quiénes eran
los más duros, los militares?
—Los militares
estaban en los suyo, estaban siendo atacados, se estaban defendiendo. Los
miembros del gabinete, todos estaban, los que tenían más influencia, por la
idea de frenar al EZLN, acabar con él.
—Antes de esto,
¿qué ocurrió en el entorno de la inteligencia del gobierno? Se ha dicho que no
se sabía, se ha dicho que sí se sabía pero no se actuó.
—Eso lo platiqué
con el secretario de Gobernación (Patrocinio González), que además había sido
gobernador en Chiapas. Él no le dio importancia, pensaba que él tenía
controlado el estado. Creo que nunca se imaginó que esto iba a ocurrir, sabía
que había estos grupos, pero no les dio ninguna importancia.
“La otra
información era la que tenía el Ejército, tenía fotos y manuales. Yo la vi en
la mesa del secretario de la Defensa (Antonio Riviello Bazán), pero el Ejército
lo que estaba buscando era lo que le importa a los ejércitos, que son las
armas, ¿verdad?”
—¿Cómo hace
contacto con el subcomandante Marcos?
—En la
desesperación. Los zapatistas no tenían ningún interés de llegar a un acuerdo,
un diálogo ni mucho menos, seguían sumamente radicales. Entonces es ahí donde
yo intento ir a la selva a ver qué pasa, ¿no? Me voy a jugar el todo por el
todo, fui y es ahí donde…
—Y es cuando
deciden comenzar las conversaciones de catedral.
—Es cuando primero
se acepta la liberación del general Absalón Castellanos, y también es a partir
de ahí que se acepta preparar los diálogos de San Cristóbal. Samuel Ruiz fue el
mediador de todo. Todas las cosas que ellos mandaban me las entregaba, las cosas
que yo quería se las mandaba a través de él.
—¿Ahí cuál fue
el momento más complicado?
—Todo, todo, es un
momento difícil. Simplemente lograr llegar ahí fue dificilísimo. Ellos estaban
convencidos de que iba a haber una traición. Va a pasar lo de Zapata, va a
haber un asesinato tipo Chinameca. La única manera de resolverlo fue que me
puse como escudo. Entonces si pasa algo, vamos los dos, en el caso del
subcomandante Marcos, y así lo hicimos con gente de toda mi confianza, que era
un grupo muy reducido de personas, fuimos por los comandantes del EZLN sin
ninguna protección y siendo nosotros rehenes de ellos entramos a la catedral
con ellos armados y nosotros desarmados. Pero eso mismo fue lo que nos ganó
legitimidad frente a ellos porque se veía que estábamos totalmente convencidos
de la causa que defendíamos y que era una acción valiente, otra cosa que ellos
respetaban. Eso fue lo que permitió que nos sentáramos, pero la negociación fue
totalmente difícil; ellos habían perdido la confianza en las instituciones, lo
que querían era que cayera el gobierno, querían una insurrección armada.
“Él mantuvo
comunicación cotidiana con Salinas, a través de un teléfono encriptado. Llamaba
desde las oficinas del obispado de San Cristóbal de las Casas”.
—¿Qué tanta
confianza se estableció entre usted y Marcos?
—Pues creo que
nunca puede haber una gran confianza entre dos personas que representamos
posiciones tan diferentes; pero cuando se despide, Marcos hace un gran
reconocimiento al papel que nosotros jugamos. Cuando nos sentamos en San
Cristóbal, cuando termina el primer diálogo, Marcos reconoce el papel del
mediador, del obispo Samuel Ruiz, con muchos elogios, y luego reconoce el papel
mío con un nivel de aprobación que hubiera parecido impensable cuando
empezamos.
—Mucho se decía
que usted estaba tomando un protagonismo excesivo, que estaba opacando la campaña
presidencial del candidato pripriísta Luis Donaldo Colosio.
—Lo que pasa es que
nosotros estábamos situados donde estaba la noticia. ¿O a poco el New York
Times sacaba una declaración de tu servidor en primera plana porque yo indujera
la noticia? La sacaba porque yo le pedía perdón a los indígenas en el momento
que estaba viviendo en ese lugar del país en una noticia que para ellos era
importante, pues era un mensaje que les llamaba la atención.
“Entonces, lo único
que estaba haciendo era actuar con absoluta determinación a favor de la paz, sí
me creí mi misión”.
—Viene marzo y
un avance importante en las negociaciones, la consulta zapatista, usted en
Chiapas, otra vez, ¿cómo sentía ese momento antes del asesinato de Colosio?
—Mira cuando nos
levantamos de los diálogos, cuando fui a dejar a Marcos, yo estaba
absolutamente convencido de que íbamos a firmar la paz y creo que ellos también
estaban convencidos, ya estábamos revisando el primer plan de paz… Y ahí matan
a Colosio.
—Esa noche del
23 ¿qué pasa?, ¿qué siente usted?
—Como que había
caído un meteorito al suelo, ¿no? Yo estaba en mi oficina, estábamos hablando,
estábamos terminando la conversación, cuando nos anuncian adentro de la oficina
del obispado que había pasado eso. Entonces suspendimos todo, salimos para
regresar rápidamente a México.
—¿Y en la parte
política cómo se sintió Manuel Camacho? Se dijo que la bala que había matado a
Colosio lo había herido a usted.
—La parte política
quizá era lo que menos me importaba. Me importaban dos cosas: las consecuencias
que yo veía que iban a venir con todo esto, que me parecían gravísimas para
México y la seguridad de mi familia. Era un asunto de tal gravedad que qué te
importan los puestos. Si de por sí, eso yo lo había dejado ya muy atrás, fue mi
última plática con Colosio, él me había ofrecido ser senador, me ofreció ser
miembro de su gabinete, tenía la mejor opinión sobre mi persona. La última
declaración que hizo Colosio que nunca quisieron sacar los medios durante todo
el sexenio de Zedillo fue la más favorable que alguien ha hecho sobre mi
persona.
—¿Cómo cierra el
capítulo con el Ejército Zapatista?
—Con una última
declaración en la que pedí una serie de cosas para garantizar la seguridad en
Chiapas, una tregua. ‘Que quede claro que si ustedes no se mueven de estos
lugares, el Ejército no va a actuar’, es decir, todo lo que se necesitaba para
que después no hubiera más violencia, así me fui. Fue una declaración producto
de una conversación que tuve con ellos.
—¿Y con el
presidente Salinas?
—Le llevé un
informe de cómo estaba la situación del país y en Chiapas, se lo entregué en
mano el último día, precisamente para que no fuéramos a cometer como gobierno
una equivocación en lo que faltaba del sexenio y para alertar al país de lo que
podía venir si no atendíamos esos temas de injusticias, de desigualdades
extremas, de ingobernabilidad que estaban presentes en Chiapas, que pensaba
podían extenderse a otras partes.
—¿A 20 años,
cómo ve las cosas?
—Creo que
desaprovechamos la oportunidad, qué bueno que se paró la guerra, si no hubiera
sido muy grave, pero creo que se desaprovechó la oportunidad, se pudo haber
hecho una reforma constitucional que protegiera a las comunidades. Pudo haber
habido una reconsideración de la política social, seguimos con la política
clientelar, populista, electorera, el dinero se usa para ganar las elecciones.
—¿Qué le hizo
sentir satisfecho y qué le causó frustración?
—He vivido muchas
cosas en la política, pero ésta para mí es la más importante, porque no hay
nada como los temas de paz y guerra, cuando tú evitas que haya muertes a través
de la acción política creo que ese es el punto más alto que puede tener un
político. Me siento muy orgulloso de ese papel.
Camacho dice que
luchó por lo que creía y eso le produjo enfrentarse a dos presidentes. Pagó los
costos y se le cerraron las puertas, las oportunidades en cargos públicos. Se
levanta de la mesa. Se lleva la mano a la cabeza. Han pasado 20 años y los
recuerdos están vivos.