Por: Manuel Zepeda Ramos
Mi generación profesional,
chiapaneca o no, siempre habrá de estar marcada por el descubrimiento en
nuestra plena juventud de la Sierra Madre de Chiapas, su gran pobreza rodeada
de su gran riqueza, la enorme cantidad de niños que integran a cada familia a tres
mil metros de altura en tierra inhóspita de frío eterno y la amenaza de casi un
siglo de que, si pierde bosque y selva dicha Sierra habrá de retener menos agua
y eso será el preámbulo del Río Grijalva para su inevitable pérdida del vital
líquido que pondría en crisis a las tierras que son bañadas en su escurrir
majestuoso por las simas del gran lomerío que es Chiapas, si no se toman las
medidas necesarias para evitar la catástrofe que anuncia su llegada.
Créanme, lectores amigos, que
una de mis preocupaciones ha sido y será la sequía -que nunca llegue-, del Río
Grande que atraviesa a nuestra tierra desde hace siglos.
Todo viene a mi memoria porque
hace pocos días y durante las fiestas patrias, antes de salir para Xalapa en el
ADO cómodo y maravilloso, haciendo antesala mientras se anunciaba la salida, se
me acercó un hombre de baja estatura con las consecuentes “cuatro décadas”
evidentes, para decirme de manera correcta y educada:
-¿Puedo sentarme?
-Por supuesto, le dije, me
dará gusto platicar con usted.
-¿Va para Tapachula?
-No señor, voy al estado de
Veracruz.
-Yo si voy a Tapachula, me
dijo.
-Me lo imaginaba, le dije,
porque usted me parece que es oriundo de
El Porvenir, a tres mil metros de altura.
-Cerca de El Porvenir, a la
misma altura. Soy de El Rodeo, que ya es Siltepec.
A casi medio siglo de haber
andado por esas tierras de frío intenso, me dio gusto haber podido reconocer a
quienes son oriundos de la Sierra con solo ver su fisonomía.
Iniciamos una plática, una
grande y rica platica, que se prolongó por más de una hora.
Hablamos de todo y surgieron
coincidencias, como la sequía de la Sierra.
- Es tarea de nosotros, los
lugareños, trabajar con los escurrimientos. Debemos de poner contenciones de
piedra, bajareque y lodo para detener los arroyos que se forman fuera del cauce
natural, que son los que arrastran el suelo y las plantas, que es el inicio de
la destrucción. No solo hay que sembrar árboles; hay que atajar los falsos
arroyos que son los que destruyen, los que se llevan la tierra y las matas.
Sabias opiniones del lugareño,
bien dichas además.
-¿Cómo te llamas?
-Gilberto Escobar Pérez.
-¿Tuviste hermanos?
-Algunos, me dijo sonriendo:
fuimos doce hermanos, quedamos once.
Me acorde de lo primero que
aprendí al llegar a El Porvenir aquel diciembre de 1971, cargando mi bolsa de
dormir y mi dotación de granos y latas para no llegar con las manos vacías: que
cada familia de la sierra es numerosa porque el padre, después de pasar meses
en la parte baja de la Sierra cortando café y plátano, regresa a su casa el
tiempo suficiente para dejar listas las tablas con la próxima cosecha de papa y
repollo y embarazar a la señora para ir completando la docena de hijos que van
creciendo como Dios quiere.
-¿Estudiaste, Gilberto?
-Si, señor. Soy maestro. Corrí
con suerte. Cuando terminé mi Normal, un maestro del Colegio Miguel Hidalgo de
Tapachula me vio dar clase y me invitó a que yo me incorporara. Dije que sí. Va
usted a creer que hice carrera en el Miguel Hidalgo. Luego me mandaron a
estudiar a Puebla una Maestría, al Colegio Benavente. Soy un maestro orgulloso
de mi profesión.
-Te acuerdas de los
universitarios que fuimos a El Porvenir a trabajar con ustedes?
-No. Yo creo que todavía no
nacía. Ilumíneme usted.
-Construimos unas terrazas de
cultivo, que todavía se usan para sembrar papa y repollo.
-De esas si me acuerdo. Las he
visto muchas veces. Si se usan y las cuidan.
Te quiero preguntar algo,
Gilberto:
-¿Estás enterado que el
gobierno de López Obrador va a sembrar millones de árboles en todo Chiapas y
Tabasco y por supuesto también en la Sierra?
-Estoy enterado. Lo va hacer
Romo. Lo conozco porque trabaja desde hace muchos años en Tapachula. Conozco
donde.
-¿Te gustaría encargarte de
vigilar el desarrollo de la siembra de árboles en El Porvenir y Siltepec?
-Seguro. Me gustaría. Se cómo
hacerlo. Mis padres me enseñaron cómo. Lo haría bien, con cariño por mi tierra.
Justo en El Porvenir y Siltepec está muy deforestado. Los niveles de agua han
disminuido.
Pues si Alfonso Romo ve este
artículo o alguien lo conoce en Tapachula, díganle que Gilberto Escobar Pérez,
natural de El Rodeo en plena Sierra de Chiapas, miembro de una familia de once
hermanos, profesor normalista con Maestría en Educación, maestro del colegio
Miguel Hidalgo en Tapachula, le daría mucho gusto encargarse de la
reforestación de las tierras de su tierra, que aprendió de niño y de joven a
bien cuidar los bosques.
Curioso al fin, me fui a los datos
del INEGI y vi que en El Rodeo, municipio de Siltepec, a 2925 metros de altura,
con un porcentaje de analfabetismo superior al 10%, se dedican al cultivo de la
papa y el repollo mientras el padre de familia baja al soconusco a cortar café
y plátano. Curiosamente, son 340 hombres y 400 mujeres la población de El
Rodeo, cifra impresionantemente similar a la de 1971 de El Porvenir, casi 50
años antes, cuando nosotros nos aparecimos allí por primera vez.
Me atrevo a decir que la
Sierra de Chiapas está detenida.
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