Alberto
González Martínez
*
El nuevo Hospital.
Muy orondos, como si no supieran
que encarnan lo peor del nefasto sistema político que hemos padecido por
décadas, Enrique Peña Nieto y Manuel Velasco Coello tuvieron la desvergüenza de
ofrecer al pueblo tapachulteco la última puesta en escena de este fallido
sexenio.
A la vieja usanza priísta, la
pésima obra contó con merolicos a sueldo, matraqueros oficiales, acarreados,
invitados especiales y lambiscones de toda laya.
Como si se tratara de una memorable
tarde de toros, Peña Nieto se paseó por la plaza y fue ovacionado por
centenares de acarreados que cumplieron al pie de la letra con las
instrucciones: aplaudir rabiosamente hasta entumirse las palmas, gritar porras
y consignas de agradecimiento infinito y demostrar al país entero que a los
corruptos no se les somete a juicio, sino que se les adora.
Y en grotesca burla para todos
los que aquí vivimos, Manuel Velasco continuó con su incesante labor de
inmortalizar el nombre de su abuelo paterno que, si bien fue reconocido en su
momento como un brillante cirujano, no ha sido visto con buenos ojos por un
importante segmento de chiapanecos que se sienten ofendidos por ese afán de
sembrar estatuas, auditorios, centros de salud, aulas, parques y demás áreas
públicas con el nombre de Manuel Velasco Suárez.
La ocasión era inmejorable para
que hasta Angélica Rivera se diera un prolongado baño de pueblo y se tomara
selfies con todos los asistentes que hasta sufrieron empujones con tal de salir
en las fotos.
La gran tragedia de nuestro
noble pueblo de nuevo fue expuesta de la manera más descarnada. No estaban,
desde luego, los miles y miles de soconuscas que copiosa y decididamente
votaron por Andrés Manuel López Obrador el primer domingo de julio.
Pero sí estaban las mujeres y
los hombres que aún siguen lamiéndose las heridas por la aplastante e
inobjetable derrota que el priato y sus compinches sufrieron en los recientes
comicios.
Fue la escenificación de lo que
ya se va pero que muchos beneficiarios todavía no lo alcanzan a creer y por eso
se aferran a los zombis que vinieron a inaugurar un centro hospitalario, al que
en breve le brotarán los defectos por doquier.
Fue el adiós de Enrique Peña
Nieto por esta tierra pródiga, a la que ningún favor le hizo con la construcción
e inauguración de un hospital que habrá de sustituir al decadente centro
hospitalario que, para no desentonar, se localiza sobre la Calzada Manuel
Velasco Suárez de nuestra ciudad.
Y, por ser cierto, hay que
decirlo con todas sus letras: es tan añeja y tan grande la deuda que la
Federación tiene con esta región chiapaneca que este nuevo hospital apenas si
logra ser un mero paliativo.
Luego entonces, no hay mucho qué
celebrar. Y menos, qué agradecer de manera tan estridente.
Lo verdaderamente lamentable es
que nuestra gente todavía acepte ser remolcada a los actos masivos que se
convierten en pasarela de los verdugos que tanto daño ocasionaron a la Patria.
En cruel ironía, el mismo día y
casi a la misma hora que Peña y Velasco se regodeaban con las porras
artificiales y por encargo, en otro punto de Tapachula, justo donde se localiza
la Clínica Hospital “Dr. Roberto Nettel Flores”, del ISSSTE, los trabajadores
exhibían la otra cara de la moneda que ha sido tan común en este sexenio de
pesadilla.
Allá, lejos del glamour
artificioso para recibir a la “Primera Dama”, los coléricos trabajadores del
ISSSTE denunciaban, entre otras cosas, la falta de pagos a un montón de
interinos que todavía no ven claro todo lo que les ofrecieron para ir a prestar
sus servicios.
En un arranque de valor pocas
veces visto, también denunciaban lo que muchos ya sabemos de memoria: no hay
medicamentos para los derechohabientes, no hay material básico de curación, no
hay dinero para los viáticos de los enfermos que deben trasladarse a otros
puntos del país, no hay autorización para que los que sufren quebrantos en su
salud puedan acudir con médicos subrogados.
En pocas palabras, lo que los
valerosos trabajadores denunciaban esa mañana es que, aquí en Chiapas, el
ISSSTE –como el Seguro Social y el ISSTECH– se encuentra en ruinas, en el
abandono total y sin médicos, enfermeras, material y equipo, para satisfacer la
demanda de un número creciente de derechohabientes.
Para sofocar la rebelión tuvo
que intervenir –de extrema urgencia– la Subsecretaría de Gobierno para la Zona
Soconusco porque el griterío en el ISSSTE eclipsaba, por completo, el acto
circense montado para inaugurar el nuevo hospital.
Esa es justamente la paradoja de
la que los plumíferos a sueldo no hablan: ¿de qué sirve un nuevo hospital si
los que ya existen no tienen ni curitas, gasas o jeringas? ¿De qué apuro sale
nuestra gente si el nuevo monstruo hospitalario pronto estará igual o peor que
los ya existentes?
Los bombos y platillos son parte
de esa vieja cultura priísta, la que sentía especial fascinación por quemarle
incienso a los gobernantes, aunque luego circularan las irrefutables pruebas de
enriquecimiento harto explicable, porque se clavaban buena parte del monto de
las obras inauguradas.
Eso ocurrió, sin duda, con la
construcción del nuevo hospital. Ahora, los gacetilleros a sueldo no lo dicen,
pero, en unos meses más, las liebres comenzarán a brincar por todos lados.
Y eso, partiendo de la idea
optimista de que el equipamiento llegó para quedarse y no fue solo parte de la
utilería que se ocupó para montar el patético show. Porque tomaduras de pelo
abundan a lo largo y ancho del territorio nacional, donde los hospitales fueron
equipados tan solo para las fotos, la inauguración y los videos que
ruidosamente se transmitieron por doquier.
De todas formas, queda el
consuelo de que ese monstruo hospitalario recién inaugurado sea adecuadamente
equipado –y dotado de tantos médicos, enfermeras y demás empleados que
garanticen un eficiente servicio para los nuestros– a partir de la próxima
administración de López Obrador.
Y ojalá la misma suerte corran
los demás centros de salud y hospitales de la región porque es verdaderamente
dramático asistir a esos lugares que más parecen campos de guerra: con
parturientas tiradas en los pisos, en los corredores, en los pasillos, en las
banquetas.
Y con familiares que soportan,
estoicamente, tratos inhumanos de adentro y de afuera de las supuestas
instituciones del sector salud.
Ya después, promoveremos una
iniciativa para rebautizar el nuevo hospital…
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