•Panorama
para el partido en la entidad se advierte sombrío; viable inferir que el bisoño
diletante de la política Enrique Ochoa Reza será su sepulturero definitivo.
Por: Roberto Domínguez Cortés - Abril 2, 2017 788
A poco más de un año de la nominación del candidato
del PRI a la gubernatura del estado de Chiapas, el pasado 11 de marzo, la
pesada maquinaria priísta anunció, abiertamente, que Roberto Albores Gleason
será su candidato a gobernar la tierra del prócer Belisario Domínguez.
El escenario para la designación extraoficial
anticipada no pudo ser menos afortunada: La boda del senador priísta en la
hacienda Tekik de Regil, enclavada en el Yucatán esclavista y feudal productor
del henequén con el sudor y la sangre de los indios mayas y yaquis.
La boda palaciega concitó ásperos y desagradables
comentarios entre la militancia priísta y el electorado chiapaneco. El más
recurrente, el que asocia las prerrogativas del Partido Revolucionario
Institucional, destinadas a financiar en parte o la totalidad del enlace
matrimonial. Y no falta razón. Durante
más de 5 años y medio, el senador Albores Gleason, como presidente del PRI
estatal, no ha rendido cuentas exactas de los 250 millones de pesos recibidos
por parte del Instituto Estatal Electoral.
También el prestigio, si alguna vez lo tuvo, de
Albores Gleason como dirigente priísta y legislador está duramente cuestionado
en la percepción y el ánimo del priísmo y de la ciudadanía, esa imagen
alborista siempre asociada con traición e incapacidad política.
Hoy, el PRI en Chiapas no existe. Albores Gleason, su propio presidente, se
encargó de exterminar lo poco del priísmo que en el estado quedaba. Sin ningún recato se lo entregó a Juan
Sabines, el torpe y corrupto gobernante que destruyó el futuro de varias
generaciones en Chiapas.
Los 122 comités directivos municipales se encuentran
desarticulados, y lo más grave, los 2042 comités seccionales, ahí donde se
ganan las elecciones, están totalmente abandonados. Los números dejan ver la pobreza con que el
PRI deambula por el estado de Chiapas, víctima de los gobiernos de la
alternancia de Pablo Salazar Mendiguchía y Sabines con la complicidad del
priísmo nacional y estatal.
En la elección del 2001, primer año de gobierno
salazarista, el PRI todavía pudo ganar 21 diputaciones locales de los 24
distritos electorales, y 73 de las entonces 110 presidencias municipales. A partir de ahí, el descenso ha continuado
imparable. En la elección del 2004, el
PRI apenas pudo conseguir 10 diputaciones y 53 presidencias municipales.
Ya durante el gobierno de Sabines, en el 2010,
aunque el PRI consiguió 11 diputaciones locales, las presidencias municipales
se redujeron a 38, pero la verdadera debacle llegó en el 2015, ya con Albores
Gleason como presidente del PRI estatal, cuando “su partido” tan sólo llegó a
10 diputaciones locales y 29 alcaldías, en tanto que el Verde Ecologista se
hizo de 57 presidencias municipales de las 122 en disputa y 17 diputaciones al
Congreso del estado.
Así, pues, el panorama para el PRI en Chiapas se
advierte sombrío. Casi con cualquier
candidato está irremediablemente asociado a la derrota, y más todavía si la
necedad persiste en imponer a Albores Gleason, un personaje sin presencia, sin
carisma y sin liderazgo político.
Lo malo es que el PRI no aprende todavía de sus
fracasos y sus derrotas al conducirse como en los años de indudable hegemonía,
cuando los candidatos López Mateos y Díaz Ordaz ganaron con el 90 por ciento de
la votación nacional. Y, en el exceso,
en 1976, José López Portillo fue candidato único porque el PAN se retiró de la
contienda.
Lo mismo pasó en Chiapas en los años 70 y 80, cuando
el doctor Manuel Velasco Suárez y el general Absalón Castellanos Domínguez
ganaron con más del 90 por ciento de la votación estatal. Eran los tiempos en que el personaje más
desconocido de un día para otro se convertía en el más conocido y en el más
popular.
A pesar de esa debacle priísta, la dirigencia
nacional, hoy a cargo de Enrique Ochoa Reza, hace caso omiso de las severas
advertencias que Daniel Cosío Villegas, en su obra “El sistema político
mexicano”, en 1972, y Mauricio González de la Garza, en “Última llamada”, en
1981, hacen del desprendimiento, del PRI, de una parte de la militancia de élite
y su inevitable destrucción.
Apenas unos años después, ambas premoniciones se
cumplieron. En 1988, Cuauhtémoc Cárdenas
derrotó a Carlos Salinas, y en el 2000 se daba la primera alternancia con los
lamentables saldos de dos gobiernos panistas sucesivos: Vicente Fox y el
nefasto Felipe Calderón.
Por eso, hoy, el PRI vive su peor tragedia. De las 32 gubernaturas, con dificultades se
mantiene en 15 de ellas, con la circunstancia que desde 1997, primera elección
en el Distrito Federal, jamás ha podido ganar la jefatura de Gobierno de la hoy
Ciudad de México.
La última advertencia le llegó en el 2016, cuando de
12 gubernaturas en disputa perdió 7, su mayor derrota en 87 años y preámbulo
para la pérdida de la elección presidencial.
Lo destacable de esta paliza electoral fue que sucedió bajo el liderazgo
de Manlio Fabio Beltrones, uno de los políticos más experimentados de los
últimos tiempos que no pudo con el hartazgo del electorado, a pesar de los
miles de millones pesos para financiar fraudes electorales.
Si eso ocurrió con Beltrones, entonces, puede
inferirse que el bisoño diletante de la política Enrique Ochoa Reza será su
sepulturero definitivo. La primera
llamada de la derrota del 2018 ya la dio con la imposición anticipada de
Albores Gleason. Esa mala decisión ya
anuncia la ruptura de lo poco que queda del PRI en Chiapas. Así lo evidencian las abiertas
manifestaciones de repudio a la permanencia, fuera de estatutos, de Albores
Gleason como presidente del PRI y la opacidad en el uso de las prerrogativas.
De nada han servido las experiencias anteriores
cuando a la imposición de candidatos, la respuesta fue la disidencia interna y
la ruptura con el priísmo tradicional y servil.
En 1998, en Tlaxcala, pretendieron imponer como candidato oficial (así
se les llamaba en el lenguaje priísta tradicional) a Joaquín Cisneros, por
encima del candidato natural, Alfonso Sánchez Anaya. El entonces presidente del PRD, Andrés Manuel
López Obrador, le ofreció la candidatura y Sánchez Anaya resultó electo
gobernador.
Lo mismo ocurrió con Ricardo Monreal en Zacatecas,
también en 1998. El PRI dispuso hacer su
candidato a Marco Antonio Olvera, por lo que Monreal renunció a una militancia
de 15 años dentro del PRI y, bajo las siglas del PRD y otra vez bajo la égida
de López Obrador, ganó la gubernatura de su estado.
Mario López Valdez, en Sinaloa, es otro ejemplo de
las malas decisiones del PRI nacional para favorecer a incondicionales y
amigos. López Valdez era el candidato
ideal del PRI para ganar la gubernatura.
Al negarle esa posibilidad renunció a su militancia y se impuso sobre su
oponente en coalición con el PAN, PRD y Convergencia.
Después de todas estas trágicas experiencias es
evidente que Ochoa Reza desconoce la historia política de México y de su propio
partido cuando se apresta a cometer los mismos errores que propiciaron la
debacle del PRI. Empeñarse en imponer a
Albores Gleason como candidato a la gubernatura de Chiapas es llamar a un
alzamiento abierto y severo de la militancia, disconforme con un dirigente
fuera de estatutos, responsable del uso de prerrogativas sin destino cierto y
de un PRI colapsado.
Así, pues, ya
se advierte la ruptura que viene en el PRI Chiapas. Ampliaremos…
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