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martes, 4 de abril de 2017

PRI CHIAPAS, LA RUPTURA QUE VIENE CON ROBERTO ALBORES GLEASON

•Panorama para el partido en la entidad se advierte sombrío; viable inferir que el bisoño diletante de la política Enrique Ochoa Reza será su sepulturero definitivo.
Por: Roberto Domínguez Cortés -  Abril 2, 2017 788
A poco más de un año de la nominación del candidato del PRI a la gubernatura del estado de Chiapas, el pasado 11 de marzo, la pesada maquinaria priísta anunció, abiertamente, que Roberto Albores Gleason será su candidato a gobernar la tierra del prócer Belisario Domínguez.
El escenario para la designación extraoficial anticipada no pudo ser menos afortunada: La boda del senador priísta en la hacienda Tekik de Regil, enclavada en el Yucatán esclavista y feudal productor del henequén con el sudor y la sangre de los indios mayas y yaquis.
La boda palaciega concitó ásperos y desagradables comentarios entre la militancia priísta y el electorado chiapaneco. El más recurrente, el que asocia las prerrogativas del Partido Revolucionario Institucional, destinadas a financiar en parte o la totalidad del enlace matrimonial. Y no falta razón.  Durante más de 5 años y medio, el senador Albores Gleason, como presidente del PRI estatal, no ha rendido cuentas exactas de los 250 millones de pesos recibidos por parte del Instituto Estatal Electoral.
También el prestigio, si alguna vez lo tuvo, de Albores Gleason como dirigente priísta y legislador está duramente cuestionado en la percepción y el ánimo del priísmo y de la ciudadanía, esa imagen alborista siempre asociada con traición e incapacidad política.
Hoy, el PRI en Chiapas no existe.  Albores Gleason, su propio presidente, se encargó de exterminar lo poco del priísmo que en el estado quedaba.  Sin ningún recato se lo entregó a Juan Sabines, el torpe y corrupto gobernante que destruyó el futuro de varias generaciones en Chiapas.
Los 122 comités directivos municipales se encuentran desarticulados, y lo más grave, los 2042 comités seccionales, ahí donde se ganan las elecciones, están totalmente abandonados.  Los números dejan ver la pobreza con que el PRI deambula por el estado de Chiapas, víctima de los gobiernos de la alternancia de Pablo Salazar Mendiguchía y Sabines con la complicidad del priísmo nacional y estatal.
En la elección del 2001, primer año de gobierno salazarista, el PRI todavía pudo ganar 21 diputaciones locales de los 24 distritos electorales, y 73 de las entonces 110 presidencias municipales.  A partir de ahí, el descenso ha continuado imparable.  En la elección del 2004, el PRI apenas pudo conseguir 10 diputaciones y 53 presidencias municipales.
Ya durante el gobierno de Sabines, en el 2010, aunque el PRI consiguió 11 diputaciones locales, las presidencias municipales se redujeron a 38, pero la verdadera debacle llegó en el 2015, ya con Albores Gleason como presidente del PRI estatal, cuando “su partido” tan sólo llegó a 10 diputaciones locales y 29 alcaldías, en tanto que el Verde Ecologista se hizo de 57 presidencias municipales de las 122 en disputa y 17 diputaciones al Congreso del estado.
Así, pues, el panorama para el PRI en Chiapas se advierte sombrío.  Casi con cualquier candidato está irremediablemente asociado a la derrota, y más todavía si la necedad persiste en imponer a Albores Gleason, un personaje sin presencia, sin carisma y sin liderazgo político.
Lo malo es que el PRI no aprende todavía de sus fracasos y sus derrotas al conducirse como en los años de indudable hegemonía, cuando los candidatos López Mateos y Díaz Ordaz ganaron con el 90 por ciento de la votación nacional.  Y, en el exceso, en 1976, José López Portillo fue candidato único porque el PAN se retiró de la contienda.
Lo mismo pasó en Chiapas en los años 70 y 80, cuando el doctor Manuel Velasco Suárez y el general Absalón Castellanos Domínguez ganaron con más del 90 por ciento de la votación estatal.  Eran los tiempos en que el personaje más desconocido de un día para otro se convertía en el más conocido y en el más popular.
A pesar de esa debacle priísta, la dirigencia nacional, hoy a cargo de Enrique Ochoa Reza, hace caso omiso de las severas advertencias que Daniel Cosío Villegas, en su obra “El sistema político mexicano”, en 1972, y Mauricio González de la Garza, en “Última llamada”, en 1981, hacen del desprendimiento, del PRI, de una parte de la militancia de élite y su inevitable destrucción.
Apenas unos años después, ambas premoniciones se cumplieron.  En 1988, Cuauhtémoc Cárdenas derrotó a Carlos Salinas, y en el 2000 se daba la primera alternancia con los lamentables saldos de dos gobiernos panistas sucesivos: Vicente Fox y el nefasto Felipe Calderón.
Por eso, hoy, el PRI vive su peor tragedia.  De las 32 gubernaturas, con dificultades se mantiene en 15 de ellas, con la circunstancia que desde 1997, primera elección en el Distrito Federal, jamás ha podido ganar la jefatura de Gobierno de la hoy Ciudad de México.
La última advertencia le llegó en el 2016, cuando de 12 gubernaturas en disputa perdió 7, su mayor derrota en 87 años y preámbulo para la pérdida de la elección presidencial.  Lo destacable de esta paliza electoral fue que sucedió bajo el liderazgo de Manlio Fabio Beltrones, uno de los políticos más experimentados de los últimos tiempos que no pudo con el hartazgo del electorado, a pesar de los miles de millones pesos para financiar fraudes electorales.
Si eso ocurrió con Beltrones, entonces, puede inferirse que el bisoño diletante de la política Enrique Ochoa Reza será su sepulturero definitivo.  La primera llamada de la derrota del 2018 ya la dio con la imposición anticipada de Albores Gleason.  Esa mala decisión ya anuncia la ruptura de lo poco que queda del PRI en Chiapas.  Así lo evidencian las abiertas manifestaciones de repudio a la permanencia, fuera de estatutos, de Albores Gleason como presidente del PRI y la opacidad en el uso de las prerrogativas.
De nada han servido las experiencias anteriores cuando a la imposición de candidatos, la respuesta fue la disidencia interna y la ruptura con el priísmo tradicional y servil.  En 1998, en Tlaxcala, pretendieron imponer como candidato oficial (así se les llamaba en el lenguaje priísta tradicional) a Joaquín Cisneros, por encima del candidato natural, Alfonso Sánchez Anaya.  El entonces presidente del PRD, Andrés Manuel López Obrador, le ofreció la candidatura y Sánchez Anaya resultó electo gobernador.
Lo mismo ocurrió con Ricardo Monreal en Zacatecas, también en 1998.  El PRI dispuso hacer su candidato a Marco Antonio Olvera, por lo que Monreal renunció a una militancia de 15 años dentro del PRI y, bajo las siglas del PRD y otra vez bajo la égida de López Obrador, ganó la gubernatura de su estado.
Mario López Valdez, en Sinaloa, es otro ejemplo de las malas decisiones del PRI nacional para favorecer a incondicionales y amigos.    López Valdez era el candidato ideal del PRI para ganar la gubernatura.  Al negarle esa posibilidad renunció a su militancia y se impuso sobre su oponente en coalición con el PAN, PRD y Convergencia.
Después de todas estas trágicas experiencias es evidente que Ochoa Reza desconoce la historia política de México y de su propio partido cuando se apresta a cometer los mismos errores que propiciaron la debacle del PRI.  Empeñarse en imponer a Albores Gleason como candidato a la gubernatura de Chiapas es llamar a un alzamiento abierto y severo de la militancia, disconforme con un dirigente fuera de estatutos, responsable del uso de prerrogativas sin destino cierto y de un PRI colapsado.

Así, pues,  ya se advierte la ruptura que viene en el PRI Chiapas.  Ampliaremos…

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