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domingo, 24 de julio de 2016

FUE UNA MASACRE EN CHAMULA: TESTIGO

Estupor entre los habitantes
del pueblo Foto Moysés Zúñiga
Santiago
Protesta, violencia y muerte
▪Reportan unos 20 asesinados por disparos, así como con machete; se usaron armas largas
▪El alcalde dio respuesta a indígenas que exigían apoyos y luego se inició la balacera
▪Policías llegaron tres horas después; pobladores ya habían sacado cuerpos de la plaza
Hermann Bellinghausen
Enviado
Domingo 24 de julio de 2016, p. 2
San Juan Chamula, Chis. - Fue una masacre, dice un joven testigo de la balacera ocurrida aquí ayer a eso de las 8 de la mañana en la plaza central de esta tradicional y famosa localidad tzotzil.
Un acto de reclamo de varias comunidades, algo común aquí, devino letal balacera que costó la vida del alcalde Domingo López González y el síndico Narciso Lunes Hernández de manera cruenta, así como un número indeterminado de muertos y heridos, aunque los pobladores presentes coincidían en que serían alrededor de 20 fallecidos, la mayoría de bala, pero también con machete.
Es difícil conocer el número preciso, pero los testimonios coinciden en que los primeros disparos salieron de la alcaldía.
La gente se reunió en las comunidades desde las 6 de la mañana, para venir a exigir los programas que se comprometió el municipio. Vinieron todos, hombres y mujeres. Nadie sabía lo que iba a pasar, añade el testigo. A las 8 salió al balcón de ayuntamiento el presidente Domingo (del Partido Verde Ecologista de México).
“Después de escuchar a los inconformes aseguró con fortaleza que posteriormente entregaría esos recursos, y pidió a la gente que se retirara. Luego se metió al edificio. La gente no se dispersó, y desde el adentro salieron cohetones y ‘bombas’ (de pólvora), y los primeros disparos”. Abajo del palacio se habían posicionado varios sujetos, algunos encapuchados, que llegaron con los priístas. Portaban armas largas y comenzaron a disparar contra el edificio. Este grupo ha aparecido anteriormente con el rostro cubierto en sus protestas en Tuxtla Gutiérrez.
Fue entonces que el edil intentó salir por la parte posterior, pero los encapuchados fueron tras él y le dispararon de inmediato. “Venían a eso, estaban preparados.
Además, debió haber otros en calles arriba, porque unos salieron corriendo y otros iban detrás disparando, añade el joven, quien pide el anonimato, pero habla con total soltura y en buen castilla. Nos rodean otros tres hombres que sólo escuchan. Los primeros disparos salieron de la presidencia municipal, según esta versión, que confirmaron después otros dos indígenas presentes en la plaza, quienes rodeaban a un hombre de pie, herido de bala, que con la mano en el vientre observaba a la policía arribar a la plaza pasadas las 11 de la mañana, casi tres horas y media después de los hechos.
¿Qué cuánto duraron los disparos? No más de 10 minutos. Toda la gente echó a correr a las orillas de la plaza. ¿Mujeres? Muchas vinieron, pero se habían quedado en la orilla. Heridas sí hubo, no sé si alguna muerta, explica a La Jornada el testigo. Al parecer hubo otros disparos posteriormente.
El edificio municipal, pintado completamente de verde, está separado apenas por un estrecho pasaje del edificio municipal del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Rojos de corazón proclama un gran letrero en su fachada. Al lado, la presidencia muestra numerosos impactos de bala y los vidrios rotos. Se accionaron armas de alto poder, según comentó más tarde un agente ministerial, cuando llegaron por fin las policías. Se encontraron cartuchos de pistola calibre 45, AK-47 y R-15. En una cortina se distingue un orificio que un policía de edad madura consideró como un disparo desde dentro.
Un pueblo en shock
El cuerpo de un hombre ya mayor yace sobre un abundante charco de sangre en la línea del área chica de una cancha de futbol trazada en el costado poniente la plaza. Su soledad es absoluta, nadie se acerca. Una anciana permanece sentada en los escalones al costado de la plaza, como ajena a todo, silenciosa. Otro cadáver sigue a la vista en la calle que va al mercado. Según los testimonios, atrás de la presidencia habrían caído el edil y su regidor cuando intentaban huir. En la plaza cayeron un número desconocido de personas, pues sus familiares o acompañantes los retiraron antes de las 10 de la mañana. Según dos chamulas de la cabecera, pasado el enfrentamiento ingresaron a la plaza dos camionetas estaquitas, algunos indígenas levantaron muertos y heridos, y se fueron.
Por redes sociales circularon
imágenes del cadáver del
alcalde Domingo López
González Foto tomada
de Twitter
Tras la balacera, los encapuchados que habrían ultimado a Domingo López y su colaborador cargaron los cuerpos al frente del ayuntamiento, y con gestos y a gritos los señalaban y llamaban a la gente que se acercara. Al menos uno fue rematado allí. Ya fue la muerte, ya pueden venir, decían. Pero la gente no había venido a pelear. No les avisaron, dice el testigo. Para entonces habían huido los centenares de indígenas que protestaban y quedaban fundamentalmente pobladores de la cabecera municipal, ajenos a la tragedia, pero demasiado impresionados como para calificarlos de mirones. El poblado está en estado de shock, las calles desiertas, salvo pequeños grupos de varones.
Borre esa foto
Borre esa foto, reclama un policía estatal con casco, apuntando su rifle de gases lacrimógenos a este reportero cuando lo ve retratar al hombre tendido en el piso. Una decena de vehículos de policía acaban de ingresar a la plaza y saltan al piso empuñando sus armas, sumamente nerviosos. Bórrela, insiste. Al ser interrogado que por qué, otro agente más lejos apunta su arma larga unos segundos, y el primer agente, quizás recapacitando, señala a los escasos indígenas que observan desde la periferia de la extensa plaza central: Si no, lo va a golpear la gente. ¿Entonces para qué me apunta?
De hecho, el único momento en que algunos indígenas intentaron interpelar a los reporteros fue cuando un funcionario estatal se dirigió a un grupo de conocidos suyos y le indicó quitar a los periodistas; los indígenas se limitaron a impedirnos aproximarnos a la presidencia, el PRI y el mercado.
Vehículos de las policías municipal de San Cristóbal de Las Casas, estatal y agentes de investigaciones arribaron sonando sus sirenas hacia las 11 y media de la mañana y acordonaron la parte frontal de la plaza con equipo antimotines y armas reglamentarias. El nerviosismo de agentes y funcionarios es lo más alarmante de todo. De inmediato proceden a recoger cartuchos y otras evidencias, y sólo más tarde utilizarán guantes de látex y bolsas. Más que investigar, están limpiando la plaza.
Desde temprano inundaron las redes sociales muchas fotografías de los funcionarios muertos. Uno de cada dos chamulas debe de tener teléfono celular. Estaban muchos allí de fotógrafos, relata el testigo citado arriba.
Sin embargo, las primeras imágenes de prensa son aéreas y de cuando ya están las patrullas en el lugar. Todas las imágenes que circularon en las redes y algunos medios eran de los propios lugareños y las escenas son tardías.
Hacia el mediodía sube a la plaza una camioneta pick up. En la caja vienen dos mujeres. Una, mayor, llora desconsoladamente. Dos hombres bajan de la cabina, recogen el cadáver y lo arrojan precipitadamente a la caja del vehículo, bocabajo. Para que cierre la puerta le doblan hacia arriba las rodillas, sólo se ven sus pies y las suelas de sus huaraches una vez que cierran la caja trasera. La segunda mujer aborda la cabina y la pick up se retira. Varios policías rodean la escena sin atreverse a intervenir. La mujer mira brevemente hacia los pies del cadáver, voltea el rostro y llora desesperada. Cerca, una camioneta blanca recoge otro cuerpo.
Pronto quedan sólo agentes y patrullas en la proximidad de los edificios del PRI y el ayuntamiento. Ningún comercio está abierto en el todo pueblo. La gente se resguarda en sus casas. Algunas familias permanecen sobre las azoteas de las viviendas cercanas a la plaza.
En el borde entre San Cristóbal y Chamula, a media carretera un cartelito advertía en la mañana: No vallan (sic) a Chamula. Hay problema. Por decir lo menos.


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