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viernes, 1 de julio de 2016

ALVARADO, LA FAMA QUE NOS CARGARON…

+ En todas partes se cuecen habas.
+ Hay otras partes que echan lumbre.
Ruperto Portela Alvarado.
            Desgraciadamente la referencia que damos cuando decimos que somos de Alvarado es de “mienta madres” y groseros. Desafortunadamente quienes dicen eso, son quienes no conocen a los alvaradeños ni han visitado nunca a nuestro pueblo querido, donde lo más valioso del patrimonio de la Ilustre, Heroica y Generosa Ciudad y Puerto de Alvarado, es precisamente su gente.
Pero como dice Pablito Coraje en su canción: /pese a la mala fama que nos han dado/a todos los nacidos en Alvarado/ todos los que de aquí para allá nos traen/ con ese cuento del mal hablar, “en todas partes se cuecen habas”. Y déjenme decirles que hay lugares donde la grosería, la manera de hablar soez, ordinaria y pelada, “lo sé de cierto”, como dijera el poeta mayor Jaime Sabines, es en pueblos de Chiapas y Tabasco. Nos ganan por más de una milla.
En esto de “la mala fama que nos han dado”, yo tengo mi propia tesis de que la culpa la tuvieron el ferrocarril que pasaba por el barrio de la fuente la panga y la pobreza porqué porque en esa ruta se desplazaban los niños, jóvenes y otros más volantones que se dedicaban a vender versos “picantes”, “colorados” y otros hasta con el ingrediente de una mentada de madre.
Si alguien conoció allá por los años 1950-60 y quizás un poco tiempo después, habría sabido de la condición social en que vivían los habitantes del barrio de La Fuente, por donde pasaba el ferrocarril que iba a dar hasta el atracadero del ferry. La mayoría de vendedores de dulces, chicles, tamales (las exquisitas jaibas rellenas de mí tía Toña Portela) y la trova picaresca, salían de esa comunidad, que no pensaron en la mala fama que nos fueron heredando.
Alvarado fue por muchos años o hasta 1959 –si recuerdo bien-- en que se construyó el puente sobre el Río Blanco y Papaloapan y más tarde la carretera de Palomares, el paso obligado de todos los vehículos y viajeros que transitaban del sur a norte y viceversa del país. Entonces se hacían largas colas de carros que esperaban la panga que los habría de cruzar al lado de Paso Nacional y seguir su camino, así como del “Otro Lado” para la “Heroica” con rumbo a Veracruz y seguir su ruta.
Esa estadía la aprovechaban los alvaradeños para hacer su comercio ambulante, aunque había algunos restaurantes donde anunciaban: “primero el huevo, después el huevo y siempre el huevo”. Adivinen que vendían; huevos duros, por supuesto. Pero la cuestión es que a los chamacos y a los adultos se les hacía más fácil vender un verso con picardía que los “clientes” festejaban con agrado (inclusive las mentadas de madre) que un chicle que tenían que reponer. De ahí –digo yo—parte la mala fama que nos han dado a nivel nacional y allende de nuestras fronteras.
Hace unos años publiqué un librito de cosas que se dicen en la calle, en las cantinas y donde sea; puras groserías y dibujos obscenos: “El Cabalgar del Diablo” donde hago una “primera justificación” y la introducción de rigor. La primera:
Las palabras ni son buenas ni son malas, simplemente cumplen con una función en el proceso de comunicación. Claro que tienen valor por cuanto a que se reúnen unas con otras o encuentran un significado en el texto y contexto de su uso. No es lo mismo la expresión de “la verga” de un capitán de barco que la de un cargador del muelle. Para uno es el palo más alto de la nave y para el otro tal vez la mala intención de ofender o defenderse.
Estamos entonces ante las implicaciones de las palabras, las figuras, los dibujos como una forma de comunicación, con un sentido distinto al común, al cotidiano. No nos referimos ni al lenguaje “culto” ni al llamado “vulgar” que es el más usual en la mayoría de los hablantes hispanos. La justificación continúa, pero el espacio no me permite anexarla completa. Veamos la “Introducción”, con todo el buen sentido de la palabra.
La picardía mexicana es parte del folclor de nuestros paisanos; es una característica especial que tenemos para hacer y decir pendejadas. ¿A quién le puede parecer mal tanta majadería con imaginación e ingenio sin ofender? A nadie. Si alguien se espantara del dibujo obsceno de una pareja de perros cogiendo, más les espantaría viéndolos trabados en la calle y a plena luz del día. Hay obras de desnudos y actos sexuales que a los “eruditos” les parecen de lo más artístico y le dan valores económicos, a veces, inalcanzables; pero luego se asustan de las “malas palabras”, porque son unos hipócritas.
Una de las acepciones de picardía es: “acción baja, ruindad, vileza, malicia, astucia, travesura; acción o palabra atrevida o licenciosa. Dice también el diccionario que los relatos más importantes de la “picaresca” son de “Guzmán de Alfareche”, de “Mateo Guzmán”; “La Picaresca Justina” de E. López de Ubeda; “La Vida del Buscón” llamado don Pablo de Quevedo y “El Lazarillo de Tormes” que se dice de autor anónimo. Seguramente lo que aquí expongo no es una obra de arte, pero sí un ingenio popular que muchos conocen, pocos olvidan; que la mayoría festeja y su hipocresía reprueba, pero no repudia.
Hay que ver el poco uso que se le da a las palabras que tienen una gran denotación y por una situación especial obtienen un valor connotativo, casi siempre mal intencionado. Por eso he dicho repetidas veces que “la intención es lo que cuenta”. Muchas son las palabras que en términos vulgares se utilizan en forma constante. Con buena o mala intención, son parte de nuestro lenguaje y nuestra idiosincrasia. De ello podemos entresacar el albur mexicano, el chiste, el cuento, sonetos y poesías de corte picaresco que dan buen humor a las reuniones.
Estamos ya en el umbral de una obra que no pasará a ser jamás un Best Seller, pero que con mucho gusto presento, no sin agradecer a quienes apoyaron sin complejos y sin hipocresías, para hacer realidad este compendio de pendejadas que es “El Cabalgar del Diablo”.
Luego me pregunto, ¿Quiénes son los que nos acomodan la fama de mal hablados? ¿No serán los mismos desbocados que en la hipocresía no tienen la cultura suficiente para saber que las palabras no son buenas ni son malas, sino que cumplen una función y que, en la comunicación, en el mensaje, en la frase y la oración tienen significante y significado? Yo les he respondido a esos que al decirles que “soy alvaradeño” –y no lo niego nunca— inmediatamente se remiten a un pueblo de groseros y pelados, “que no conocen a la gente de Alvarado, que hablan y nunca han visitado la tierra de “Dios y María Santísima”, porque sin lugar a dudas, el mejor patrimonio que tiene esta tierra, es su gente; lo demás, son accesorios”.
Queda claro que el lenguaje vulgar de la picardía, los albures, los chistes, los cuentos y dibujos obscenos, son la literatura que más se dice, se escucha y se difunde en el mundo y el ejemplo está en el libro “Picardías Mexicanas” del autor, Armando Jiménez Farías que se editó por primera vez en 1960 y ha tenido 143 reediciones con más de 4 millones de ejemplares vendidos y es el libro más leído entre los hispanos parlantes, únicamente superado por “El Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes Saavedra. Quienes critican esta literatura y la leen, son unos mochos e hipócritas; pero hasta aquí la dejo, porque ya me estoy encabronando. RP@

Si deseas contactarme: rupertoportela@gmail.com

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