+ En todas partes se cuecen habas.
+ Hay otras partes que echan lumbre.
Ruperto Portela Alvarado.
Desgraciadamente la referencia que damos cuando decimos que somos de Alvarado
es de “mienta madres” y groseros. Desafortunadamente quienes dicen eso, son
quienes no conocen a los alvaradeños ni han visitado nunca a nuestro pueblo
querido, donde lo más valioso del patrimonio de la Ilustre, Heroica y Generosa
Ciudad y Puerto de Alvarado, es precisamente su gente.
Pero como dice Pablito Coraje en su canción: /pese
a la mala fama que nos han dado/a todos los nacidos en Alvarado/ todos los que
de aquí para allá nos traen/ con ese cuento del mal hablar, “en todas partes se
cuecen habas”. Y déjenme decirles que hay lugares donde la grosería, la manera
de hablar soez, ordinaria y pelada, “lo sé de cierto”, como dijera el poeta
mayor Jaime Sabines, es en pueblos de Chiapas y Tabasco. Nos ganan por más de
una milla.
En esto de “la mala fama que nos han dado”,
yo tengo mi propia tesis de que la culpa la tuvieron el ferrocarril que pasaba
por el barrio de la fuente la panga y la pobreza porqué porque en esa ruta se
desplazaban los niños, jóvenes y otros más volantones que se dedicaban a vender
versos “picantes”, “colorados” y otros hasta con el ingrediente de una mentada
de madre.
Si alguien conoció allá por los años 1950-60 y quizás un poco tiempo después,
habría sabido de la condición social en que vivían los habitantes del barrio de
La Fuente, por donde pasaba el ferrocarril que iba a dar hasta el atracadero
del ferry. La mayoría de vendedores de dulces, chicles, tamales (las exquisitas
jaibas rellenas de mí tía Toña Portela) y la trova picaresca, salían de esa
comunidad, que no pensaron en la mala fama que nos fueron heredando.
Alvarado fue por muchos años o hasta 1959 –si
recuerdo bien-- en que se construyó el puente sobre el Río Blanco y Papaloapan
y más tarde la carretera de Palomares, el paso obligado de todos los vehículos
y viajeros que transitaban del sur a norte y viceversa del país. Entonces se
hacían largas colas de carros que esperaban la panga que los habría de cruzar
al lado de Paso Nacional y seguir su camino, así como del “Otro Lado” para la
“Heroica” con rumbo a Veracruz y seguir su ruta.
Esa estadía la aprovechaban los alvaradeños
para hacer su comercio ambulante, aunque había algunos restaurantes donde
anunciaban: “primero el huevo, después el huevo y siempre el huevo”. Adivinen
que vendían; huevos duros, por supuesto. Pero la cuestión es que a los chamacos
y a los adultos se les hacía más fácil vender un verso con picardía que los “clientes”
festejaban con agrado (inclusive las mentadas de madre) que un chicle que
tenían que reponer. De ahí –digo yo—parte la mala fama que nos han dado a nivel
nacional y allende de nuestras fronteras.
Hace unos años publiqué un librito de cosas que
se dicen en la calle, en las cantinas y donde sea; puras groserías y dibujos
obscenos: “El Cabalgar del Diablo” donde hago una “primera
justificación” y la introducción de rigor. La primera:
Las palabras ni son buenas ni son malas, simplemente
cumplen con una función en el proceso de comunicación. Claro que tienen valor
por cuanto a que se reúnen unas con otras o encuentran un significado en el
texto y contexto de su uso. No es lo mismo la expresión de “la verga” de un
capitán de barco que la de un cargador del muelle. Para uno es el palo más alto
de la nave y para el otro tal vez la mala intención de ofender o defenderse.
Estamos entonces ante las implicaciones de las
palabras, las figuras, los dibujos como una forma de comunicación, con un
sentido distinto al común, al cotidiano. No nos referimos ni al lenguaje
“culto” ni al llamado “vulgar” que es el más usual en la mayoría de los
hablantes hispanos. La justificación continúa, pero el espacio no me
permite anexarla completa. Veamos la “Introducción”, con todo el buen sentido
de la palabra.
La picardía mexicana es parte del folclor de
nuestros paisanos; es una característica especial que tenemos para hacer y
decir pendejadas. ¿A quién le puede parecer mal tanta majadería con imaginación
e ingenio sin ofender? A nadie. Si alguien se espantara del dibujo obsceno de
una pareja de perros cogiendo, más les espantaría viéndolos trabados en la
calle y a plena luz del día. Hay obras de desnudos y actos sexuales que a los “eruditos”
les parecen de lo más artístico y le dan valores económicos, a veces,
inalcanzables; pero luego se asustan de las “malas palabras”, porque son unos
hipócritas.
Una de las acepciones de picardía es: “acción
baja, ruindad, vileza, malicia, astucia, travesura; acción o palabra atrevida o
licenciosa. Dice también el diccionario que los relatos más importantes de la
“picaresca” son de “Guzmán de Alfareche”, de “Mateo Guzmán”; “La Picaresca
Justina” de E. López de Ubeda; “La Vida del Buscón” llamado don Pablo de
Quevedo y “El Lazarillo de Tormes” que se dice de autor anónimo. Seguramente
lo que aquí expongo no es una obra de arte, pero sí un ingenio popular que
muchos conocen, pocos olvidan; que la mayoría festeja y su hipocresía reprueba,
pero no repudia.
Hay que ver el poco uso que se le da a las
palabras que tienen una gran denotación y por una situación especial obtienen
un valor connotativo, casi siempre mal intencionado. Por eso he dicho repetidas
veces que “la intención es lo que cuenta”. Muchas son las palabras que en
términos vulgares se utilizan en forma constante. Con buena o mala intención,
son parte de nuestro lenguaje y nuestra idiosincrasia. De ello podemos
entresacar el albur mexicano, el chiste, el cuento, sonetos y poesías de corte
picaresco que dan buen humor a las reuniones.
Estamos ya en el umbral de una obra que no
pasará a ser jamás un Best Seller, pero que con mucho gusto presento, no sin
agradecer a quienes apoyaron sin complejos y sin hipocresías, para hacer
realidad este compendio de pendejadas que es “El Cabalgar del Diablo”.
Luego me pregunto, ¿Quiénes son los que nos
acomodan la fama de mal hablados? ¿No serán los mismos desbocados que en
la hipocresía no tienen la cultura suficiente para saber que las palabras no
son buenas ni son malas, sino que cumplen una función y que, en la
comunicación, en el mensaje, en la frase y la oración tienen significante y
significado? Yo les he respondido a esos que al decirles que “soy alvaradeño”
–y no lo niego nunca— inmediatamente se remiten a un pueblo de groseros y
pelados, “que no conocen a la gente de Alvarado, que hablan y nunca han
visitado la tierra de “Dios y María Santísima”, porque sin lugar a dudas, el
mejor patrimonio que tiene esta tierra, es su gente; lo demás, son accesorios”.
Queda claro que el lenguaje vulgar de la
picardía, los albures, los chistes, los cuentos y dibujos obscenos, son la
literatura que más se dice, se escucha y se difunde en el mundo y el ejemplo
está en el libro “Picardías Mexicanas” del autor, Armando Jiménez Farías que se
editó por primera vez en 1960 y ha tenido 143 reediciones con más de 4 millones
de ejemplares vendidos y es el libro más leído entre los hispanos parlantes,
únicamente superado por “El Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes
Saavedra. Quienes critican esta literatura y la leen, son unos mochos e hipócritas; pero
hasta aquí la dejo, porque ya me estoy encabronando. RP@
Si deseas contactarme: rupertoportela@gmail.com
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