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Jorge Zepeda Patterson
En diciembre de 2006 Felipe
Calderón emprendió una tarea pertinente, el combate al crimen organizado en
México, pero por las peores razones: dar un golpe de liderazgo político y de
legitimidad tras su precario y cuestionado triunfo electoral sobre Andrés
Manuel López Obrador. El resultado fue una cruzada improvisada, más urgida de
efectos inmediatistas que de soluciones de fondo. Aún hoy pagamos las
consecuencias.
Algo similar ha sucedido con la
reforma educativa. El recién estrenado titular de la Secretaría de Educación,
Aurelio Nuño, quiso pavimentar su camino a la candidatura presidencial mediante
una estrategia que metiera en cintura al aguerrido movimiento magisterial
disidente, la CNTE, pesadilla de gobiernos locales y federal en el sureste del
país. Mejorar el deplorable nivel educativo en la enseñanza pública parecía ser
una tarea necesaria y consensuada, pero, de nuevo, las razones políticas
terminaron por prostituir los “buenos propósitos”. Aurelio Nuño, delfín del
presidente y un advenedizo en materia educativa, quiso mostrar que lo que este
país necesita para el 2018 es una mano a la que no le tiemble el pulso al
enfrentar tensiones y disidencias.
Nueve muertos más tarde, el
sureste se ha convertido en un caldo de cultivo para la violencia social
impredecible. Sin capacidad de negociación ni comprensión de su interlocutor o
del contexto social, la mano firme rápidamente derivó en mano represora y las
víctimas son ahora el cerillo que puede incendiar una región asolada por la
desigualdad, la pobreza y el hartazgo. Por más que se afirme que la policía fue
provocada y que se trató de un enfrentamiento, todos los muertos son civiles.
Por menos que eso, se han iniciado levantamientos en contextos de irritación y
desigualdad extrema como el que se vive en esas regiones. Literalmente, una
parte del Gobierno jugó irresponsablemente con fuego en la pradera seca.
Nueve muertos más tarde, el
sureste se ha convertido en un caldo de cultivo para la violencia social
impredecible
Nadie previó el arraigo
histórico de la CNTE dentro del tejido social de Oaxaca y Chiapas, los vasos
comunicantes con múltiples organizaciones radicales en el centro del país, la
posible intervención de provocadores o infiltrados en los operativos
policiales, los cuestionamientos atendibles respecto a una reforma educativa
que hace tabla rasa de las peculiaridades de cada región del país. Nuño ha
mostrado lo que es; un técnico impecable pero un cuadro político imberbe,
crecido en las oficinas del poder como asesor y cortesano, a años luz de la
vida cotidiana de los mexicanos de a pie.
El favorito de Peña Nieto sigue
convencido de que el Gobierno no debe ceder un ápice en sus diferencias con los
“agitadores”, pero otros han mostrado al presidente que el conflicto podría
convertirse en un polvorín fuera de cauce. Hoy, sin la participación de Nuño y
en contra de su parecer, el secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio
Chong, arranca lo que debió de hacerse antes, una mesa de negociaciones con la
CNTE. La reforma educativa es un imperativo, ciertamente, pero nunca llegará a
buen puerto sin llegar a acuerdos con los maestros que deben de operarla.
Más allá del desenlace que pueda
tener este conflicto (lejos aún de haber sido conjurado), sorprende el desaseo
y la falta de oficio político del Ejecutivo. El Gobierno ha provocado incendios
en muchos frentes. En cuestión de semanas el Ejecutivo ha conseguido provocar
las molestias del clero y de los empresarios (dos aliados históricos de la
élite política) y enardecer a los grupos radicales de izquierda. Primero,
irritó a los sectores conservadores con su propuesta de reformas sobre despenalización
de drogas y legalización de matrimonios homosexuales; luego permitió que el PRI
cobrara venganza en contra del empresariado que exigía medidas de transparencia
en contra de la corrupción, lo cual provocó la indignación de la iniciativa
privada. En respuesta, el clero boicoteó al PRI en las elecciones y los
empresarios hicieron lo nunca visto; un plantón de protesta.
El Gobierno intenta recular en
todos estos frentes en un tardío afán de control de daños. En las cámaras el
PRI busca congelar las leyes progresistas del presidente (con su anuencia,
obviamente: ni despenalización de drogas ni apertura a homosexuales) y se
espera que el propio Ejecutivo vete la ley que su partido discurrió en contra
de los empresarios a propósito de la transparencia. Ahora, las negociaciones
con la CNTE pondrán en vilo la reforma educativa.
Demasiados bandazos, confusión e
inoperancia. Tras los desastrosos resultados electorales, el PRI está
descabezado luego de la renuncia de Manlio Fabio Beltrones; el Gabinete se
encuentra dividido; los sectores aliados del poder irritados y un presidente
exhibido y fatigado intenta apagar los fuegos que su propia desesperación y
falta de oficio encendieron.
@jorgezepedap
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