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sábado, 26 de marzo de 2016

AQUÍ NO HAY CLÍNICA, NI MÉDICO, NI MEDICINAS...

Foto: Omar Iturbe
MARGARITA VEGA/Animal Polìtico
Afuera del Hospital de las Culturas, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una ambulancia espera turno para que su ocupante sea atendido. Se trata de un bebé de ocho meses que recorrió un camino de dos horas desde el municipio de Larráinzar porque tiene neumonía y en la clínica de su pueblo no tienen ventiladores que le ayuden a respirar. Sus padres llevan hora y media esperando que algún doctor lo atienda, pero en la sala de urgencias les dijeron que solo lo podrán internar “hasta que se muera otro paciente y desocupe la cama”. Mientras tanto una enfermera ya tiene roja la mano de tanto apretar el respirador manual para mantenerlo con vida.
El bebé, de nombre Manuel, no es el único que espera turno. Otra ambulancia, también procedente de Larráinzar, aguarda por otra de las 12 camas que hay en la sala de urgencias del hospital, el único de la zona que cuenta con médicos y equipo para atender enfermedades más complejas que las gripas y las diarreas que saturan los centros de salud de las comunidades indígenas de Los Altos de Chiapas.
El de Manuel no es un caso aislado. Según cálculos proporcionados por el Consejo Nacional para la Evaluación de la Política Social (CONEVAL), en México un indígena tiene más posibilidades de morir por falta de atención medica que cualquier otro poblador del país.
No sólo eso. También tiene menos posibilidades de ser atendido por un médico, de vivir cerca de un hospital o de tener acceso a medicinas que cualquier otro mexicano. Y le tocan los doctores que obtuvieron las peores calificaciones en la escuela. Hay 10 veces más pasantes de medicina en estas regiones que en cualquier otro del país.
El dato de Coneval es contundente: la probabilidad de vivir a dos horas o más de un hospital es cinco veces mayor para los hablantes de una lengua indígena que para el resto de la población.
La Secretaría de Salud (Ssa) documentó en 2012, en el reporte “Perfil Epidemiológico de los Municipios Indígenas de México”, que hay 485 municipios en el país en donde siete de cada diez habitantes hablan una lengua indígena.
Y en ellos hay menos médicos, menos enfermeras, menos unidades de salud, menos camas hospitalarias, menos especialistas y menos equipos para estudios médicos que en el resto de los municipios.
No es poca cosa. En México viven poco más de 8 millones de personas que hablan una lengua indígena o viven en un hogar en donde se habla una, así que su rezago equivale a que un estado con la población de Veracruz tuviera muchos menos recursos para la atención de enfermedades que el resto del país.
Otro dato: A nivel nacional hay una unidad médica por cada 2 mil 645 mexicanos, pero en estos municipios hay una por cada 3 mil 445 habitantes. En estados como Puebla, Yucatán y Veracruz, las poblaciones indígenas tienen la mitad de centros de salud que el promedio nacional.


Ser indígena también implica menos posibilidades de que atienda un especialista. En estos municipios, el 60 por ciento de todos los médicos en ejercicio son médicos generales, cuando en los municipios no indígenas representan sólo el 40 por ciento.


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Los municipios de los Altos de Chiapas, de mayoría indígena, son un ejemplo de estas carencias y en casi todos se pueden ver escenas similares: centros de salud vacíos de médicos y medicinas. Eso sí, todos lucen en la fachada una placa nueva con el logotipo del gobierno local y el emblema del gobierno federal.
“Aquí se da la atención, pero por la temporada estamos en desabasto de medicamentos, el coco de todos los días”, relata el médico del centro de salud de un municipio de la zona, quien pidió no dar su nombre.
En teoría, la clínica donde trabaja este doctor es de las más completas de la zona, pues cuenta con área de enfermería, de psicología y hasta con nutriólogo.
Pero cuando buscas confirmar que estos servicios sí existan, te encuentras con que el nutriólogo es un pasante que en cuanto dan las 2 de la tarde se va a comer y ya no regresa.
Además, cuando alguien entra, lo primero que ve es un letrero que advierte que el ultrasonido no sirve y que se dará este servicio “hasta nuevo aviso”. A un lado hay un cuarto que sirve de farmacia, el cual está prácticamente vacío y sin nadie que atienda.
El horario de atención es de 8 de la mañana a 9:30 de la noche de lunes a viernes -el médico vive en San Cristóbal, a casi de cuatro horas de ahí-, pero “la gente sabe”, como él mismo médico dice, que se dan 20 fichas al día y cuando se agotan no hay más consultas, lo que ocurre alrededor de la 1:30 de la tarde. Permanece abierto el resto del día, pero sin servicio.
El médico acaba de atender a un hombre que llegó a pedir consulta, pero como no hablaba español, lo regresó a su casa.
“Afortunadamente tengo personal que entiende la lengua (tzotzil) y nos apoya con la traducción, aunque a veces no están, como hoy. Uno medio intuye lo que pudiera tener el paciente, con eso y la exploración se da el tratamiento”, responde a pregunta expresa.
Según Alejandro Almaguer, director de Medicina Tradicional e Intercultural de la SSA, en todo el país hay apenas 210 traductores en centros médicos para atender a una población de más de un millón de indígenas que sólo hablan su lengua y no entienden el español.
Además de las carencias de personal y de insumos, en los municipios indígenas hay 10 veces más pasantes de Medicina a cargo de los centros de salud que en el promedio del país.
La propia SSA reconoció en 2012 en una evaluación del programa de pasantes de Medicina que los que llegan a las comunidades más alejadas -en donde vive la mayoría de los indígenas- suelen ser los peor evaluados, pues los que obtuvieron buenas calificaciones tienen derecho a elegir el lugar de su servicio social y prefieren quedarse en las ciudades, cerca de sus familias. Así, a las poblaciones más marginadas, donde hay menos medicinas y equipo para el diagnóstico, llegan los doctores peor preparados.
Amatenango del Valle es una de estas localidades. Ubicada a una hora y media de San Cristóbal de las Casas, tiene una clínica prácticamente inoperante, eso sí, recién pintada de verde, el color del partido que gobierna el estado. Es sábado y está cerrada, pero según los pobladores la escena se repite también entre semana. El médico de este municipio pocas veces va a trabajar, así que el centro de salud casi nunca está abierto.
El doctor es un pasante que llegó apenas hace cuatro meses para hacer su servicio social en este lugar, da consulta cuando mucho tres veces por semana y ni siquiera en un horario establecido. Como vive en San Cristóbal de las Casas, a poco más de una hora de ahí, nadie puede acudir a él cuando se enferma los días que no va, o en las noches o en los fines de semana.
La carencia de clínicas, médicos y en general todos los obstáculos que impiden un acceso efectivo a los servicios médicos han terminado por repercutir en las condiciones de salud de las comunidades indígenas. La propia Comisión Nacional para el Desarrollo de los pueblos Indígenas (CDI) y la Secretaría de Salud han reconocido que en estas poblaciones son más frecuentes las enfermedades transmisibles, que ya no predominan a nivel nacional. El riesgo de muerte materna en municipios indígenas es tres veces mayor que en los no indígenas; un niño indígena tiene 2.5 veces más posibilidades de morir antes de cumplir los 5 años que un niño no indígena y la esperanza de vida entre estas poblaciones es entre 2 y 3 años menor que en sus pares no indígenas, una cifra similar a la que tenía el país hace una década.
Un ejemplo más de este rezago es la desnutrición crónica. Según Juan Rivera, experto del Instituto Nacional de Salud Pública, este padecimiento es tres veces mayor entre los niños indígenas que entre los no indígenas. Los estados con mayor prevalencia son justamente los que concentran los mayores porcentajes de población indígena: Chiapas, Guerrero y Oaxaca. La desnutrición crónica deriva en que estos niños tengan una talla y un peso menor a los que les corresponden, además de que afecta negativamente su salud y su desarrollo cognitivo para el resto de su vida.

De acuerdo con Alejandro Almaguer, Director de Medicina Tradicional e Intercultural de la SSA, entre las mujeres indígenas la principal causa de mortalidad es una enfermedad que a nivel nacional va la baja: el cáncer de cérvix, el cual es curable si se detecta a tiempo.
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Recientemente, en el documento “Estudios de la OCDE sobre los sistemas de Salud: México 2016”, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos documentó que el sistema de salud mexicano es ineficiente e inequitativo, pero en medio de ese mar de fallas, las poblaciones indígenas son a quienes les toca la peor parte.
Arminda Gómez vive en el municipio indígena de Chenalhó. Cuando su hija de 2 años empezó con síntomas de gripa, ni siquiera intentó acercarse al centro de salud que queda en su localidad, Yabteclum. Era sábado y sabía que estaría cerrado. El lunes fue a la clínica, pero la niña ya estaba muy mal y la mandaron al Hospital de las Culturas de San Cristóbal, a tres horas de su casa. Ella murió a los pocos días.
“Falleció de neumonía porque no había doctores”, afirma. Cuando las enfermeras la regañaron por no haber buscado atención médica antes, Arminda les respondió que no conocía los síntomas de la neumonía. Pero aunque los hubiera conocido sabía que en fin de semana no iba a encontrar a ningún médico cerca de su casa, por más grave que fuera. La reacción de Arminda no solo respondió al desconocimiento de la enfermedad, sino al conocimiento de un sistema que ha acostumbrado a los indígenas a no confiar en él porque no responde a sus necesidades, porque no cuentan con un hospital cercano, porque los médicos que les ofrece son los menos preparados, y sin personal que siquiera entiende su idioma para poder saber qué enfermedad tienen o cómo remediarla, porque, como Arminda, ni una emergencia los anima a acudir a él.
NOTA AL PIE:
La definición de indígena aquí utilizada es la de hablante de lengua indígena (quien también puede hablar español). Según la Encuesta Intercensal 2015 del Inegi, en México viven 7.3 millones de hablantes de lengua indígena mayores de 3 años y 694 mil niños menores de 3 años que viven en un hogar donde se habla lengua indígena, dando un total de poco más de 8 millones. 


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