Fredy Martín Pérez| El Universal
Domingo 28 de junio de 2015
∙ Desde hace dos años comenzaron a llegar
coreanos, chinos y taiwaneses a Simojovel para comprar piezas de ámbar amarillo
y rojo; artesanos chiapanecos alegan que los asiáticos se llevan las gemas más
puras por un bajo costo y no pueden competir con ellos
¿QUÉ ES EL ÁMBAR? Gráfico
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Simojovel
Hace dos años comenzaron a llegar hombres de Corea, China y Taiwán,
llegaron a este pueblo chiapaneco con portafolios repletos de billetes para
comprar piezas de ámbar de color rojo y amarillo, el de mayor calidad
y belleza, que ya se agotó de las minas de 25 millones de años de antigüedad.
En La Pimienta, una comunidad tzotzil de Simojovel, trabajan de
siete de la mañana a tres de la tarde para extraer la resina milenaria.
Para llegar a la cabecera municipal de Simojovel, desde el crucero de Puerto Caté, vía con ramificaciones hacia Tabasco, San Cristóbal y Tuxtla, hay que recorrer 34.4 kilómetros en mal estado, caminos por los que transitan los compradores de ámbar, con básculas digitales, lupas, lámparas de luz ultravioleta, maletas para transportar la resina y mucho dinero para adquirir el material en forma de esfera, que implica un trabajo de varias horas, o en cauchón (natural), tal como salió de la mina.
Para llegar a la cabecera municipal de Simojovel, desde el crucero de Puerto Caté, vía con ramificaciones hacia Tabasco, San Cristóbal y Tuxtla, hay que recorrer 34.4 kilómetros en mal estado, caminos por los que transitan los compradores de ámbar, con básculas digitales, lupas, lámparas de luz ultravioleta, maletas para transportar la resina y mucho dinero para adquirir el material en forma de esfera, que implica un trabajo de varias horas, o en cauchón (natural), tal como salió de la mina.
Los hoteles San Antonio y Casandra son los
preferidos de los comerciantes de origen asiático, hasta donde acuden los
indígenas a ofrecer el material de 115 a 500 pesos el gramo de ámbar rojo y
amarillo, según su pureza, precio que fluctuaba entre 20 y 30 pesos en 2013.
Una joven indígena aguarda a un lado de don
Amín, el dueño del hotel San Antonio, mientras un ciudadano de Asia deja sus
maletas en el cuarto y baja con una lupa para minería, una lámpara de luz
ultravioleta, una báscula digital y varios fajos de dinero. La joven ofrece una
pieza de unos 40 gramos de ámbar amarillo —cotizado a 170 pesos el gramo— con
un costo de seis mil 800 pesos de venta al público.
A 25 metros está el parque central, donde todos los
días decenas de indígenas comercializan anillos, pulseras, dijes, brazaletes,
collares y piezas con flora y fauna.
El sábado el mercado crece, con la llegada de
mujeres con morrales donde guardan celosamente las piezas de ámbar que traen
desde las comunidades para ofrecerlas a un precio menor a como lo venden los
artesanos.
Compradores, en su mayoría mexicanos, pujan con los
tzotziles en las escalinatas y bancas del parque para llevarse algunos
collares, anillos, pulseras y bolsas de la resina de no más de medio kilo y
unos 20 centímetros de tamaño, en unos 250 pesos; los precios varían según el
artesano y el comprador.
Una pieza que ellos compran en 500 pesos, la pueden
vender hasta en 10 mil pesos en el mercado internacional, en países como Brasil donde
está muy bien cotizado el ámbar, se quejan.
Los artesanos que no son dueños de una mina, se
lamentan del arribo de los asiáticos, pues consideran que las reservas de la
gema de color amarillo y rojo se agotaron en menos de dos años.
“Nosotros no podemos competir con los chinos, que
se han llevado las mejores piezas, y nosotros nos quedamos con el peor ámbar”,
dice Marisela Santiz, una indígena de la localidad, que trabaja la gema
desde hace 20 años. Y asegura que han escuchado que la exportación de ámbar a
China, Corea y Taiwán, les reditúa “muy buenas ganancias”, ya que la gema en
cualquiera de esos países alcanza un precio superior a los 584 o 600 pesos, que
es lo que vale el gramo de oro de 24 quilates. “Eso nos han dicho los chinos”,
comenta.
Aurelio Cruz Gómez, con 18 años como artesano,
reafirma: “Los japoneses ya se llevaron el mejor ámbar; nosotros nos quedamos
con el manchado y el de peor calidad”.
Pero la presencia de los comerciantes asiáticos
afectó también a los artesanos de San Cristóbal de las Casas, que son los que
suministraban de joyería a las tiendas de esa ciudad. Los más de mil 200
artesanos aseguran que desde hace dos años “subsisten” en la actividad con
piezas de ámbar negro y manchado, que tras de pulirlo y montarlo en joyería de
plata, no les representa mayores ganancias.
La presencia de compradores de origen asiático ha
disminuido, considera Moisés Vázquez, ya que de una veintena que llegaba
hace un par de años, hoy a lo mucho son unos cinco, que viajan entre la ciudad
de México y Simojovel.
Incluso, los comerciantes asiáticos ya tienen
contactos en la localidad, quienes son los encargados de comprar la resina en
forma de esferas, para ser enviada al DF y de ahí a Asia.
Este fenómeno provocó también un aumento en el
número de familias que se dedican a trabajar la resina y ahora hasta niños han
aprendido el arte de limpiar y pulir la gema. Pero muchos son los indígenas que
se aventuran a buscar nuevas minas de la resina, en los municipios de Huitipán y San
Andrés Duraznal, asegura Moisés Vázquez, porque en las minas de Pauchil Los
Cocos y las que están cerca del arroyo, parece que se han agotado, porque “hay
que trabajar muchas horas, para encontrar una buena pieza”.
Esta actividad se efectúa con recelo en las
comunidades, donde los habitantes han prohibido la entrada de “personas
extrañas”, que viajen en vehículos “sospechosos”, ya que pueden ser sancionados
con multas de hasta 5 mil pesos.
A principios de este año, en La Pimienta fueron
detenidos y encarcelados, por un día, trabajadores de la empresa GIMSA, que
“buscaban riquezas” en este suelo.
Esta fiebre por el ámbar generó una nueva forma de
hacer negocio, como la renta de minas, hasta en seis mil pesos mensuales, pero
hay que trabajar ocho horas diarias, a más de 20 metros de profundidad, para
extraer la resina. Con suerte, el inquilino puede sacar piezas valoradas en
cientos de pesos; de lo contrario, llega a poner dinero de su bolsa, para la
renta.
Esta fiebre por el ámbar generó una nueva forma
de hacer negocio, como la renta de minas, hasta en seis mil pesos mensuales (Archivo/EL UNIVERSAL") |
Ignacio Álvarez es un tzotzil de 37 años,
socio de una mina en el ejido Pauchil Los Cocos y trabaja jornadas de hasta
ocho horas, de lunes a domingo, para buscar piezas que vende en bruto. Tras
permanecer 20 minutos en la chantik (cueva), con ayuda de una maza y un cincel,
consiguió sacar dos piezas que caben en la palma de su mano; no valen más de 50
pesos.
A los mineros de Simojovel parece que les llegó la
gloria, porque por una pieza de hasta un kilo pueden ganar hasta 150 mil pesos,
dinero que han utilizado para comprar casas, aparatos eléctricos y vehículos de
lujo, pero la pobreza parece no disminuir en este municipio, ya que 93.2% de
los habitantes siguen en ese estatus.
El investigador Francis Pimentel asegura
que la resina fósil, “exudada por árboles leguminosos, hace 25 millones de
años” ha tenido una senda comercial “desde cuando los zinacantecos lo
distribuían por toda América”.
En un artículo titulado “La fiebre del amarillo
ámbar”, el investigador del Museo de Ámbar Lilia Mijangos dice
que el ámbar fue “tributo a los aztecas”, pero también “símbolo de poder y
linaje, protección y salud, valentía y éxito, magia y acelerador de las
centellas”.
“San Cristóbal de las Casas, añeja capital
comercial del ámbar chiapaneco por excelencia, hoy ha resentido que Simojovel
de Allende, cuna del ámbar mexicano, ha capturado de nueva cuenta la atención
de propios y extraños”.
Considera que con el aumento del precio de la gema
de “calidad suprema”, como se le conoce al ámbar amarillo claro, despertó en
los últimos años “un torbellino económico parecido a lo sucedido durante la
fiebre del oro en California”.
“Simojovel se ha convulsionado debido al
desmesurado incremento del precio por gramo del ámbar natural o en bruto y/o
transformado en esferas calibradas. De nueva cuenta, el ámbar amarillo, coñac,
verde y rojo, ha sido causa de un derrame económico ipso facto, aumentando el
producto interno bruto del estado sureño mexicano, que tanta falta le hace.
(...) Este suceso es digno de cuantificarse y estudiarse socioeconómicamente y
desde varios puntos de vista, ya que ha cambiado la vida y costumbres de miles
de familias ambareras”, puntualiza.
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