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viernes, 26 de diciembre de 2014

LETRAS DESNUDAS//¿CÓMO SOSTENER LA INSURRECCIÓN MORAL?

Mario Caballero
¿CÓMO SOSTENER LA INSURRECCIÓN MORAL?
            He visto el horror. Me imaginaba la escena... La gente tratando de escapar… los paramilitares disparando a discreción… las mujeres y los niños gritando, huyendo entre la maleza… el lamento de los heridos. José Saramago, Todos somos Chiapas (1998).
            El artículo de José Saramago, titulado Todos somos Chiapas, a propósito de la matanza de Acteal, describe el terror que padecieron los 45 indígenas asesinados por un grupo de paramilitares y pondera una insurrección moral frente a Chiapas como la mejor vía de presión social al gobierno mexicano.
            Pero, ¿cómo puede sostenerse una insurrección moral ante este tipo de acontecimientos donde el fracaso de las demandas de justicia es continuo? Y, además, ¿cuántos participan y quiénes son los que organizan? ¿Dónde está la sociedad civil? ¿Qué ha sucedido con las investigaciones durante todos estos años? ¿Y por qué, a pesar de las reformas a la Constitución, garantías a los derechos de la comunidad indígena mediante la creación de leyes que protegen sus usos y costumbres, sigue la destrucción de estos pueblos?
           Y al cumplirse 17 años de haberse cometido la masacre, nada se sabe sobre si habrá castigo para los culpables y, por consiguiente, justicia para las víctimas. Y aunado a las dudas está también el desconocimiento de los resultados de las indagaciones, en el caso de que aún siga abierto el expediente.
            Si alguna vez hubo en la historia de la humanidad una guerra desigual, no la hubo nunca como ésta.
            Por muchos años han querido hacernos creer que lo de Acteal fue un enfrentamiento entre dos bandas indígenas facciosas, una de las cuales había matado 18 personas y que era la responsable de la matanza. Eso jamás fue cierto. El objetivo de desinformar fue agregarle agravio a los muertos, fue agregarle calumnia a la niña de 2 años que quedó ciega en el tiroteo y que pedía que le encendieran la luz, fue agregarle infamia al niño Gerónimo Vázquez, de cuatro años de edad, al que los paramilitares le amputaron cuatro dedos de la mano.
            Las 45 personas asesinadas eran miembros de la organización Las Abejas, que desde el año de 1993 se había separado de los zapatistas. Eran personas humildes, pacíficas, que vivían en condiciones infrahumanas, sin alimento, sin servicio de agua potable, energía eléctrica, drenaje, educación y salud. No eran, como pretenden hacernos creer, hombres, mujeres y niños en situación de guerra ni confrontados con nadie. Eran gente indefensa, sin medios para sobrevivir y mucho menos para sublevarse y atacar.
            Esta es una guerra de desprecio, de desprecio hacia los indígenas. El gobierno esperaba que con el tiempo se acabaran todos, simplemente eso.
            Nunca existió un conflicto armado entre dos grupos indígenas, sino un claro operativo de exterminio ejecutado por fuerzas paramilitares asociadas al priismo que obedecían las órdenes enviadas desde el centro del país. “Hay que matar indios”.
            Cumplida la orden, se emiten varios comunicados con los que intentan confundir a la sociedad y desvirtuar la realidad de los hechos, pero pasado un tiempo se dan a conocer documentos y grabaciones que incriminan a Ernesto Zedillo y Julio César Ruiz Ferro como los autores intelectuales del crimen.
            El lunes 22 de diciembre de 1997, en la comunidad de Acteal, municipio de Chenalhó, Chiapas, un grupo de 90 paramilitares rodea una pequeña capilla donde 45 personas de origen tzotzil están terminando un ayuno de tres días. Los disparos comienzan y con ellos los gritos de dolor de las personas que son atacadas brutalmente con metralletas AK-47 y fusiles M16. Ninguno de los agredidos responde al sanguinario ataque porque nadie de los ahí dentro cuenta con un arma, y la única esperanza que les queda de sobrevivir es salir del lugar y buscar un refugio.
            A 200 metros de donde ocurre la agresión hay un retén militar, pero nadie escucha nada, ni las voces de auxilio ni el estruendo de las armas. Todo indica una incuestionable complicidad. Muchos de los que logran escapar de la capilla son perseguidos como delincuentes hasta sus chozas o hasta donde los alcanzaron las balas. Otros no llegaron tan lejos, sus cuerpos, en poses mortales, quedaron regados entre los matorrales, en el camino de tierra, junto a un árbol o a unos pasos de la iglesia con hoyos sangrándoles en el pecho, en el abdomen o en la cabeza con un tiro de gracia.
            Adentro y afuera de la capilla no hay más que confusión y muerte. A los asesinos no se les escapa ni uno solo: persiguen y encuentran a los que huyeron, los golpean y los matan a tiros de metralla. Son engendros a los que no les basta el olor de la sangre mezclado con la pólvora, sino desposeídos de los mínimos afectos humanos buscan el placer auditivo de la tortura, cuando en vano hombres y mujeres, con marcas de crueldad en el cuerpo, suplicaron por sus vidas y las de sus hijos.
            Nadie sobrevive a la matanza: 21 mujeres quedaron tendidas en el polvo con un rictus de terror en la cara, imposibilitadas para consolar a sus hijos que lloraban alrededor de ellas sacudiéndolas con fuerza para que despertaran. 15 niños murieron ese día, uno de ellos de tan sólo un año de edad.       
            El operativo duró siete horas. Y durante todo ese tiempo el ex gobernador Julio César Ruiz Ferro fue informado de los detalles por medio de radiofonía. También estuvo comunicado con el ex presidente municipal de Chenalhó, Mariano Arias, al que le dijo: “Mi presidente, no te preocupes. Deja que se maten. Yo voy a mandar a recoger los cadáveres”.
            Acteal es un lugar de la memoria que no puede de ninguna manera desaparecer. Sabemos lo que ocurrió y no lo queremos olvidar.
            No podemos permitir que casos como éste queden sin pago y sin justicia. Y tampoco podemos admitir explicaciones que ofendan no solo la inteligencia sino el sentido moral del país. Porque tenemos que reconocer que Acteal es un dolor, un sufrimiento y una pérdida de todos nosotros. Y en la medida en que dejemos que las autoridades la dejen en un acta policiaca de contienda de facciones, que es como la han desenvuelto en todos estos años, estaremos permitiendo que no se entienda cómo es la barbarie, lo que es la actitud primitiva del poder y la impunidad.
            Debido a la falta de insurrección moral y acciones contundentes, es por lo que aún no se ha hecho justicia a las víctimas de Acteal. Y por eso es que el caso se ha desarrollado y casi disuelto como reporte de nota roja. Tal caso se debe de impedir porque lo de Acteal no es un caso o un episodio de nota roja, sino la monstruosidad de la impunidad caciquil, del poder del momento, de las guardias blancas y de los grupos paramilitares de la región.
            Si no hay justicia, Acteal seguirá convertido en una causa federal y priista.
            @_mariocaballero

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