Mario Caballero
¿CÓMO SOSTENER LA INSURRECCIÓN
MORAL?
He visto el horror. Me imaginaba la escena... La gente tratando de
escapar… los paramilitares disparando a discreción… las mujeres y los niños
gritando, huyendo entre la maleza… el lamento de los heridos. José
Saramago, Todos somos Chiapas (1998).
El artículo de José
Saramago, titulado Todos somos Chiapas,
a propósito de la matanza de Acteal, describe el terror que padecieron los 45
indígenas asesinados por un grupo de paramilitares y pondera una insurrección
moral frente a Chiapas como la mejor vía de presión social al gobierno mexicano.
Pero, ¿cómo puede
sostenerse una insurrección moral ante este tipo de acontecimientos donde el
fracaso de las demandas de justicia es continuo? Y, además, ¿cuántos participan
y quiénes son los que organizan? ¿Dónde está la sociedad civil? ¿Qué ha
sucedido con las investigaciones durante todos estos años? ¿Y por qué, a pesar
de las reformas a la Constitución, garantías a los derechos de la comunidad
indígena mediante la creación de leyes que protegen sus usos y costumbres,
sigue la destrucción de estos pueblos?
Y al cumplirse 17 años
de haberse cometido la masacre, nada se sabe sobre si habrá castigo para los
culpables y, por consiguiente, justicia para las víctimas. Y aunado a las dudas
está también el desconocimiento de los resultados de las indagaciones, en el
caso de que aún siga abierto el expediente.
Si
alguna vez hubo en la historia de la humanidad una guerra desigual, no la hubo
nunca como ésta.
Por muchos años han
querido hacernos creer que lo de Acteal fue un enfrentamiento entre dos bandas indígenas
facciosas, una de las cuales había matado 18 personas y que era la responsable
de la matanza. Eso jamás fue cierto. El objetivo de desinformar fue agregarle
agravio a los muertos, fue agregarle calumnia a la niña de 2 años que quedó
ciega en el tiroteo y que pedía que le encendieran la luz, fue agregarle
infamia al niño Gerónimo Vázquez, de cuatro años de edad, al que los
paramilitares le amputaron cuatro dedos de la mano.
Las 45 personas
asesinadas eran miembros de la organización Las
Abejas, que desde el año de 1993 se había separado de los zapatistas. Eran
personas humildes, pacíficas, que vivían en condiciones infrahumanas, sin alimento,
sin servicio de agua potable, energía eléctrica, drenaje, educación y salud. No
eran, como pretenden hacernos creer, hombres, mujeres y niños en situación de
guerra ni confrontados con nadie. Eran gente indefensa, sin medios para sobrevivir
y mucho menos para sublevarse y atacar.
Esta
es una guerra de desprecio, de desprecio hacia los indígenas. El gobierno
esperaba que con el tiempo se acabaran todos, simplemente eso.
Nunca existió un
conflicto armado entre dos grupos indígenas, sino un claro operativo de
exterminio ejecutado por fuerzas paramilitares asociadas al priismo que
obedecían las órdenes enviadas desde el centro del país. “Hay que matar
indios”.
Cumplida la orden, se
emiten varios comunicados con los que intentan confundir a la sociedad y desvirtuar
la realidad de los hechos, pero pasado un tiempo se dan a conocer documentos y
grabaciones que incriminan a Ernesto Zedillo y Julio César Ruiz Ferro como los
autores intelectuales del crimen.
El lunes 22 de
diciembre de 1997, en la comunidad de Acteal, municipio de Chenalhó, Chiapas, un
grupo de 90 paramilitares rodea una pequeña capilla donde 45 personas de origen
tzotzil están terminando un ayuno de tres días. Los disparos comienzan y con
ellos los gritos de dolor de las personas que son atacadas brutalmente con metralletas
AK-47 y fusiles M16. Ninguno de los agredidos responde al sanguinario ataque
porque nadie de los ahí dentro cuenta con un arma, y la única esperanza que les
queda de sobrevivir es salir del lugar y buscar un refugio.
A 200 metros de donde
ocurre la agresión hay un retén militar, pero nadie escucha nada, ni las voces
de auxilio ni el estruendo de las armas. Todo indica una incuestionable complicidad.
Muchos de los que logran escapar de la capilla son perseguidos como
delincuentes hasta sus chozas o hasta donde los alcanzaron las balas. Otros no
llegaron tan lejos, sus cuerpos, en poses mortales, quedaron regados entre los matorrales,
en el camino de tierra, junto a un árbol o a unos pasos de la iglesia con hoyos
sangrándoles en el pecho, en el abdomen o en la cabeza con un tiro de gracia.
Adentro y afuera de la capilla
no hay más que confusión y muerte. A los asesinos no se les escapa ni uno solo:
persiguen y encuentran a los que huyeron, los golpean y los matan a tiros de
metralla. Son engendros a los que no les basta el olor de la sangre mezclado
con la pólvora, sino desposeídos de los mínimos afectos humanos buscan el
placer auditivo de la tortura, cuando en vano hombres y mujeres, con marcas de
crueldad en el cuerpo, suplicaron por sus vidas y las de sus hijos.
Nadie sobrevive a la
matanza: 21 mujeres quedaron tendidas en el polvo con un rictus de terror en la
cara, imposibilitadas para consolar a sus hijos que lloraban alrededor de ellas
sacudiéndolas con fuerza para que despertaran. 15 niños murieron ese día, uno
de ellos de tan sólo un año de edad.
El operativo duró siete
horas. Y durante todo ese tiempo el ex gobernador Julio César Ruiz Ferro fue informado
de los detalles por medio de radiofonía. También estuvo comunicado con el ex
presidente municipal de Chenalhó, Mariano Arias, al que le dijo: “Mi
presidente, no te preocupes. Deja que se maten. Yo voy a mandar a recoger los
cadáveres”.
Acteal
es un lugar de la memoria que no puede de ninguna manera desaparecer. Sabemos
lo que ocurrió y no lo queremos olvidar.
No podemos permitir que
casos como éste queden sin pago y sin justicia. Y tampoco podemos admitir
explicaciones que ofendan no solo la inteligencia sino el sentido moral del
país. Porque tenemos que reconocer que Acteal es un dolor, un sufrimiento y una
pérdida de todos nosotros. Y en la medida en que dejemos que las autoridades la
dejen en un acta policiaca de contienda de facciones, que es como la han
desenvuelto en todos estos años, estaremos permitiendo que no se entienda cómo
es la barbarie, lo que es la actitud primitiva del poder y la impunidad.
Debido a la falta de
insurrección moral y acciones contundentes, es por lo que aún no se ha hecho
justicia a las víctimas de Acteal. Y por eso es que el caso se ha desarrollado y
casi disuelto como reporte de nota roja. Tal caso se debe de impedir porque lo
de Acteal no es un caso o un episodio de nota roja, sino la monstruosidad de la
impunidad caciquil, del poder del momento, de las guardias blancas y de los
grupos paramilitares de la región.
Si no hay justicia, Acteal
seguirá convertido en una causa federal y priista.
@_mariocaballero
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