· Niños indígenas y centroamericanos, los más vulnerables a
la explotación laboral y el abandono.
René R.
Coca.
Tapachula,
Chis; NOV. 06 (interMEDIOS).- Decenas de niñas y niños de las comunidades
indígenas de la región Soconusco y de Guatemala deambulan por las calles de los
municipios fronterizos de México con el vecino país chapín, siempre en la
búsqueda de vender sus productos, de bolear zapatos o de cargar pesadas bolsas
en los mercados para llevar dinero a sus padres o adultos que los explotan, sin
que las autoridades correspondientes tomen cartas en el asunto de manera
consistente y profunda.
Jacinta es
el ejemplo de la realidad que viven cientos de niños indefensos en esta
frontera sur de México, que con la inocencia de sus nueve años de edad ha
tenido que abrirse paso en la vida sin vivir una infancia de aquellas que
dictan no solo los Derechos de Humanos, sino de la misma consciencia humana que
muchos de los ciudadanos hemos perdido y no se diga de las autoridades que
ignoran esta problemática.
Jacinta sale
desde las 6 de la mañana y hasta las 10 de la noche todos los días de la semana
sin saber si es sábado o domingo para descansar, lo único que le exige su
"protector" es que cumpla con la cuota de venta de 50 pesos diarios
de sus chicles, dulces y cigarrillos que lleva en la pesada caja y que la hace
ser acreedora del sobrenombre de "cangurita", para llegar al lugar
donde duerme y ser merecedora de un poco de comida, un baño a jicarazo y unas
colchonetas para pasar la noche.
"Mi
hermana de 16 años y yo vendemos en las calles para juntar algo de dinero y
llevarlo a mi mamá que vive en Tecun Umán, con nosotras traemos a mi hermanito
de cinco años para poderlo cuidar y tal vez después le den su cajón para vender
y así juntar más dinero" indicó en su tímido acento y entrecortadas
palabras en español.
Un tanto
desconfiada por la propia naturaleza que le han dado en el andar de las calles
de Tapachula, Jacinta no quiso decir donde duerme ni quién le da el cajón con
productos para vender, lo que si sabe es que el calor la agobiaba y que le
faltaba mucho para juntar su cuota diaria para llegar a donde pernoctaba; luego
de pagarle con unas monedas, Jacinta demostró al devolver el cambio que
aprendió las matemáticas producto de la necesidad de ser explotada.
Cuando se le
preguntó si alguna persona de Derechos Humanos, de la Secretaría de Salud, del
DIF, de la Policía o de esas organizaciones no gubernamentales que tanto
abundan en la región se le habían acercado para ayudarla, su única respuesta
fue "No, no las conozco; solo hay señores que nos dan monedas a
veces".
El caso de
Jacinta es uno de tantos donde la niñez es explotada no solo en lo laboral, ya
que también los hay en maltrato físico y psicológico, abuso sexual y hasta de
aquellos niños que salen de sus casas o lugares de residencia para nunca más
ser vistos. (interMEDIOS rrc).