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Por:
Manuel Zepeda Ramos
Quienes tengan mi edad -69 años-,
o cercana a ella, van a ubicar muy bien el 21 de octubre de 1963. Yo estaba en
segundo de secundaria y era uno de los cinco comandantes de la banda de guerra
del ICACH, la más grande del estado: cuarenta tambores y cuarenta cornetas. Me
acuerdo de tres: Manuel Ovilla Mandujano, el principal -ya fallecido en plena
juventud, que fuera doctor en derecho por la UNAM, presidente del órgano
electoral de Chiapas en la elección de Eduardo Robledo Rincón-; el Pollo
Castillo, ya fallecido, también en edad temprana, dos más que no me acuerdo de
su nombre y su servidor. El abanderado icachense era, si no me equivoco, el
estudiante normalista Sánchez Merchand, el mayor de tres hermanos en donde, el
de en medio, mi amigo de la secundaria, mi amigo Enrique, tocaba tambor en la
banda de guerra y quien, para variarle un poco, también ya no existe entre
nosotros.
Ese día, martes, fuimos a Chiapa
de Corzo para desfilar por las calles de la Chiapa de los Indios, el 46
batallón de infantería, el ICACH y todas las escuelas primarias y secundarias
de Tuxtla. No era para menos. Se celebraba el centenario de la batalla en donde
las armas republicanas de Chiapas, encabezadas por el Coronel tuxtleco don
Salvador Urbina acompañado por los coroneles chiapacorceños Julián Grajales, José
Segundo Serrano, Manuel Ruiz Corzo, del comiteco Isidro Castellanos y los
capitanes Luis Vidal, Vicente López y don Senobio Aguilar, se cubrieron de
gloria al derrotar al imperio representado por el General Ortega, el cura
Chanona - vinieron desde San Cristóbal acompañados de cientos de soldados
indígenas Tseltales y tsotsiles, así como de campesinos de San Cristóbal-, y el
Coronel Pedro Torres que habría llegado con sus huestes desde Tabasco para
sumar 1,500 soldados que fracasaron en su intento de sumar a la causa imperial
al estado de Chiapas, republicano por convicción, al ser vergonzosamente
derrotados por las armas chiapanecas reforzadas patrióticamente por bastiones
de Tuxtla, Comitán e Ixtapa.
Pues ese martes 21 de octubre de
1963, se reunió la República en Chiapa de Corzo. El Poder Ejecutivo,
representado por don Adolfo López Mateos, el pleno de la Suprema Corte de
Justicia de la Nación, así como el Congreso de la Unión representado por todos
los Senadores de la República y los Diputados Federales de todo el país.
La República reunida celebró en
aquella ocasión el centenario del primer triunfo de la República sobre el
Imperio, que no es poca cosa. La Nación estuvo pendiente del suceso.
Este acontecimiento militar, en
donde las armas chiapanecas se cubrieron de gloria en defensa de la República,
significa el más importante hecho de armas en nuestro territorio y, por lo
tanto, debe de convertirse en la más importante celebración cívica de los
chiapanecos.
Hace cinco años, en el gobierno
de Manuel Velasco, se reanudó el desfile militar después de haberse suspendido
por medio siglo. Sólo el pueblo de Chiapa lo celebraba, encabezando el desfile
el Presidente Municipal. En 1913, el Ejército Mexicano volvió a marchar en
Chiapa de Corzo con una parada militar numerosa de la zona militar de Rancho
Nuevo, en la que también participaron vehículos de sanidad y blindados. Además,
dos aviones de guerra de la marca Pilatos de fabricación danesa, surcaron los
aires de Chiapa de Corzo, haciendo más emotivo el desfile militar. La
celebración finalizó con una descarga de fusilería en honor a los heróicos
muertos en batalla, destacando sendos disparos del “Sapo” y “la culebrina”, dos
cañones actores principales de la batalla, el último decomisado a las fuerzas
imperialistas por don Isidro Castellanos, llegado de Comitán. El evento debería
ser el acontecimiento cívico más importante de Chiapas, con la participación de
las escuelas representativas del estado, que debería de celebrarse en Chiapa de
Corzo cuando menos una vez cada tres años reuniendo a la República para ello.
Afortunadamente, el Ejército Mexicano ya empezó hacerlo de nuevo, a partir de
2013.
He sacado a colación este
importante acontecimiento para la historia cívica de Chiapas y de México,
porque el hecho mismo de la batalla que está debidamente documentada por los
historiadores mexicanos con información abundante que debería ser motivo de orgullo
grande para los chiapanecos y para todos los mexicanos que amamos a la
República, es susceptible de ser representado en una gran puesta en escena
épica, con la participación de soldados de a pie y de a caballo, con combates
cuerpo a cuerpo y con cargas de caballería, con la participación activa en
combate de los duendes que todavía viven abajo de la Pochota, los antivitos
-existe todavía la creencia de que los antivitos fueron los principales
colaboradores en el triunfo de solo 400 soldados republicanos sobre 1500
soldados imperialistas-, la participación de mujeres valientes que llevaban
pólvora para los mosquetones, recogían heridos y servían agua al fragor de la
batalla, todo hecho con fuegos artificiales y efectos de sonido y luz con la
participación de orquestas y marimbas
que recreen la intensidad del combate para
que se haga de esta gran batalla una gran fiesta cívica.
Estoy hablando de un evento
nacional de Turismo Cultural, que despierte el interés de los turistas
visitantes nacionales y extranjeros para ver, una vez al mes, este importante
espectáculo para la historia y la cultura nacional. Las líneas aéreas, las
líneas de autobuses, las agencias de viaje y las tour operadoras del país
habrán de manejar este asunto para que la llegada de turistas a Chiapa de Corzo
a presenciar el espectáculo de la batalla, sea un atractivo más para visitar
Chiapas, para después continuar a otros sitios del estado a seguir la ruta
turística que les acomode a los visitantes.
La epopeya del 21 de octubre de
1863, está llena de momentos muy emotivos que deberán ponerse en escena:
El Coronel Pedro Torres venía
avanzando por el camino a San Gabriel, el mismo Coronel que había dicho un día
antes que al siguiente estaría tomando su caballo agua de la pila, cuando de
repente le sale el Capitán Luis Vidal, solo, con tantas determinación y
sorpresa que no le hicieron nada -les ganó el valor-, para retar a duelo a
Torres. El Coronel, que también era bragado, aceptó de inmediato. Ambos
manejaron sus cabalgaduras para quedar frente a frente para arrancarse con las
pistolas en la mano. Se oyeron dos disparos y uno solo resultó derribado, sin
Vida: el Coronel Torres, cuya bota se había trabado en el estribo. Luis Vidal
desmonta de inmediato al lado del cadáver y, ante la perplejidad de los
soldados enemigos, le dice a Pedro Torres:
-Decías ayer que tu caballo iba
a tomar agua en la Pila. Pues va a tomar: ¡arre, caballo!
Y el Cuaco del imperialista
Coronel sale corriendo hacia la Pila, llevándose a Torres atrapado al estribo.
Técnicamente, allí acabó la
guerra, pues el militar de alto rango que llevaba la organización del combate
en primera línea, había muerto. Los de a caballo huyeron rumbo a San Cristóbal
unos y otros hacia el Río Grijalva en donde encontraron la muerte, ahogados en
la profundidad del Río Grande.
La participación de las mujeres,
valientes y bragadas mujeres chiapacorceñas, fue significativa: Tirsa Sumosa,
nana Gallega, doña Chus García, Chus Acero, la nana Chena, las hermanas Urbina
Fernández, las hermanas Molina: Juana,
Bartola y Severa, mujeres héroes que la Nación deberá de venerar.
Esta epopeya que habrá de
inmortalizar la valentía chiapaneca, debe ahora sumar positivos para que la
gente del mundo la conozca. La puesta en escena multitudinaria, voluminosa,
hecha por los propios habitantes de Chiapa de Corzo, es un típico asunto del
Turismo Cultural que ahora reivindica el quehacer de la industria sin
chimeneas.
Espero el día en que Chiapa,
orgullosa anfitriona, enseñe al turismo de México y el Mundo lo que es capaz de
hacer cuando de defender a la Nación se trata.
Al tiempo.
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