Por: Manuel
Zepeda Ramos
Carrie, la estrella bipolar de
la serie Homeland -ya va en el séptimo capítulo-, agente de la CIA un día o
jefa otro día en el Oriente Medio mientras no la corran, se mete en líos
tremendos -su gran problema de salud la obliga a tomar medicamentos que ya no
le hacen efecto porque su jornada diaria es un desorden completo, en donde su
vida cabalga en el lomo de un machete-, pero siempre, decía, al final de
cuentas, los resuelve y beneficia a su país. Desde Langley, allá en Virginia,
recibe condecoraciones y reconocimientos por su excelente trabajo a favor del
de la barra y las estrellas.
El otro personaje, el que habita
la Casa Blanca y sus millones de enemigos en todo el mundo dicen que es
bipolar, “tuitea” todo el tiempo desde el baño de sus aposentos, también dicen
eso, para joder a cientos de millones de habitantes del Mundo, en donde no ha
dejado títere con cabeza en eso de allegarse enemigos voluntarios. A diferencia
de Carrie, nunca le atina a nada y no tengo la menor duda que hoy, Donald
Trump, es el habitante de la Tierra que más odia el resto de sus habitantes.
Con Mexico, por supuesto, no es
la excepción.
Desde la campaña nos agarró de
su puerquito. A costillas de Mexico y sus habitantes, el presidente del país
más poderoso de la tierra se ensaña con nosotros: nos agrede, nos insulta y nos
difama para obtener la mayor cercanía posible con sus electores. Le funcionó:
ganó las elecciones. Pero a casi 15 meses de haberse convertido en el huésped
nuevo de la CB, sus resultados son prácticamente nulos porque no ha obtenido
ningún triunfo ante el Congreso, salvo el de la disminución de los impuestos
que se convirtió en una bomba de tiempo porque solo beneficia a los ricos -como
él-, y no a sus electores pobres que lo llevaron a la presidencia y que ahora
quiere que lo elijan para un segundo periodo porque ya está en campaña. Los
legisladores ya se dieron cuenta que pudiera haber pronto por esa decisión un
desajuste serio en la economía norte americana.
El último tuit a costillas de
México, fue la gota que derramó el vaso. Del extreñimiento pasó a sentirse general
condecorado y que nos manda uno más lleno de insultos y diatribas a costa de su
frontera sur y el no poder construir el muro que quiere que pague México para
proteger a su pueblo indefenso de las asechanzas de las drogas y de los
asesinos latinos. Manda una orden, que le da su investidura, para enviar a la
guardia nacional -soldados sin ser ejército-, para salvaguardar la integridad
nacional.
Ahí se prendió la lumbre.
El escándalo no se esperó un
segundo. El pueblo se indignó, protestaron todos los candidatos a la
presidencia, el Senado se pronunció y el Presidente Peña Nieto, como el
estadista que es en momentos álgidos, protestó con energía mediante una carta a
Trump que se convirtió en un manifiesto al mundo para que se entere, bien dicho y bien hecho, que provocó al de
los pelos güeros asombro y preocupación, además de diarrea casablanquesina.
Salvo Anaya, que le quiso
enmendar la plana al presidente con la mano de su nuevo coordinador que sueña
otra vez con la cancillería y unos pesos más, todos los otros candidatos
estuvieron a la altura de las circunstancias, como lo requiere nuestro país en
momentos urgentes de unidad nacional.
Las intervenciones militares en
México de parte de los de enfrente, han sido recurrentes a lo largo de la
historia.
En 1847, entrando por el Puerto
de Veracruz, el ejército norteamericano nos invadió con el beneplácito de la
burguesía de la época. Las caravanas de bienvenida de los ricos del puerto y de
Puebla fueron indignantes. Eran tiempos oscuros de México que los pocos querían
la llegada de un emperador para que nos gobernara. La verdad de esta invasión
era que venían por la mitad del territorio mexicano. La gesta heroica del
Castillo de Chapultepec y la muerte de los héroes niños, cadetes del colegio
militar, manchó de sangre joven las manos del ejército de Estados Unidos. El
general Taylor, al frente de su ejercito, dijo sentirse avergonzado por el
asesinato de los cadetes mexicanos. Se acantonaron en la CDMX. Las familias de
los poderosos ofrecían a los soldados gringos sus casas para que se hospedaran.
Eran tiempos difíciles. Los conservadores en la cámara de diputados, defendían
en grandes discursos la no venta de las tierras mexicanas. Que nos la quiten,
decían, pero no las vendamos. Así, con el tiempo, podremos recuperarlas.
Ganaron los liberales y con ellos el tratado de Guadalupe Hidalgo que daba el
extenso territorio nacional a los norteamericanos.
Otra invasión gringa fue la de
1914, también al Puerto de Veracruz, de allí sus muchas haches, de heroica, que
su nombre lleva tatuado indeleblemente.
El pretexto era la llegada de
armamento, vía Veracruz, para Venustiano Carranza y su ejército
constitucionalista. La relación de los gringos con el Chacal Huerta ya estaba
deteriorada. Quien lo puso por haber cumplido con el asesinato de Madero y Pino
Suárez, Wilson, ya no era embajador en México. Más momentos difíciles para
nuestro país.
La invasión fue con saña, masiva
y humillante. Solo el colegio naval, los presos del puerto y una sociedad civil
valiente, enfrentó a los gringos. El teniente de artillería José Azueta, ex
cadete, se distinguió por su valentía. Entrando por la calle de Landero y Cos,
Azueta, con una ametralladora, enfrentó al ejército gringo que estaba apostado
en la aduana del puerto.
De ese enfrentamiento, quedó
herido de muerte. Recuerdo mucho una foto que formó parte de una gran
exposición que montamos en la Universidad Veracruzana, en las rejas del museo
de antropología sobre la invasión del 14. Aparecía Azueta postrado en un cama
de la Beneficiencia Española, con el rictus de muerte, negándose a ser atendido
por un médico del ejército gringo. Recuerdo otra foto, ya de su tumba, llena de
flores llevadas por los jarochos. El cadete Virgilio Uribe también resultó
muerto de un balazo en la cabeza, estando apostado en una de las ventanas del
colegio naval.
Eventos recurrentes han sido las
invasiones gringas a territorio nacional. Ahora, el anuncio de la guardia
nacional en la frontera, prendió los focos rojos de la memoria histórica
nacional. El imaginario colectivo dio la voz de alerta.
“Si sus recientes declaraciones
-le decía a Trump-, derivan de una frustración por asuntos de política interna,
de sus leyes o de su congreso, diríjase a ellos, no a los mexicanos. No vamos a
permitir que la retórica negativa defina nuestras acciones. Solo actuaremos en
el mejor interés de los mexicanos. Evocando las palabras de un gran presidente
de los Estados Unidos de América: no tendremos miedo a negociar; pero nunca
vamos a negociar con miedo. Estamos listos a negociar, pero siempre partiendo
de la base del respeto mutuo”. Palabras del Presidente de Mexico, que ayer lo
vimos convertido en estadista.
La mula no era arisca, la
hicieron a garrotazos.
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