FAMILIA 21 / Jesús Amaya / EL NORTE
La mayoría de los padres pasan la
mayor parte de su vida buscando complacer hasta el más mínimo capricho de sus
hijos y hacerlos felices.
Como educador e investigador de la
familia me entristezco al conocer historias de angustia y desilusión cuando los
padres consienten demasiado a sus hijos: "No entiendo por qué mi hijo
reprueba y no va a la universidad. Tiene carro, permisos con amigos, dinero en
sus salidas. No le falta nada".
Claro que le falta y mucho:
exigencia, límites, condiciones, en otras palabras: disciplina. Pero cuando
hablo de esto, los padres se excusan diciendo: "No quiero perder el amor
de mi hijo. Luego me dice que me odia".
Estos papás ya perdieron el amor de
sus hijos, ya que solamente los ven como proveedores de sus caprichos y, cuando
no los tienen, reaccionan de modo desafiante y hasta agresivo, exigiendo todo y
sin dar nada a cambio.
Escucho constantemente historias de
padres que tienen miedo de sus hijos. Miedo de perder su amor, miedo de que los
abandonen y miedo de que los odien. Tratan constantemente de complacerlos y
hacerlos felices, pero su resultado es opuesto: más vulnerables y frágiles.
Los índices de ansiedad, depresión,
adicciones a las drogas, deserción escolar, alcohol y suicidios van al alza.
Las tendencias han cambiado en los últimos años.
En el pasado, los niños respetaban
a los adultos y ahora los padres respetan a sus hijos. ¿Cómo vemos si ambos nos
respetamos?
Antes, los niños tenían temor de
sus padres; ahora, los adultos son "buleados" emocionalmente por sus
hijos. ¿Por qué no buscamos una relación de amor y firmeza?
"Te debe dar pena", era
algo común para corregir a los niños cuando tenían una conducta no deseada.
"Eres el mejor", "eres el campeón" o "eres la más
hermosa" son oraciones que se dan aún sin merecerlas.
¿Por qué no reconocemos sólo logros
significativos y usamos, con respeto, oraciones para corregir?
Imaginemos que vamos en un avión y
el piloto es tu hijo de 4 años de edad. Él tiene el mando de decidir el
destino, tiene la autoridad de cuándo despegar o aterrizar o cambiar el rumbo
cuando le plazca. ¿Estaremos seguros de llegar a nuestro destino? Creo que no.
Tú debes volar el avión, no tus
hijos.
Probablemente, podamos escucharlos
y desviar un poco nuestro rumbo, pero rectificamos hacia el mejor camino para
ellos. Los pilotos somos nosotros y, aunque griten, pataleen y nos digan que
"nos odian", nuestros esfuerzos están puestos en lo mejor para la
familia.
El objetivo más importante de los
padres es darles las mejores herramientas y prepararlos para el camino tan
difícil que les va a tocar en su vida y no que nos amen. No queramos comprar su
amor hoy porque nos odiarán en su adultez.
En cambio, si nos odian hoy por no
darles todo lo que desean, nos amarán mañana cuando tengan y logren todo por
ellos mismos.
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